sábado, 17 de octubre de 2009

mi casa

El hierro era viga trunca

y el jazmín lo trepaba.

El hierro era esqueleto

que proyectaba su sombra en el día

y era todo sombra en la noche.

Un índice pequeño,

rodeado de estampitas mil veces repartidas,

lo apuntaba desde de la formación en movimiento.

Es mi casa.

Es mi nada.

viernes, 16 de octubre de 2009

vértigo ilustrado

http://www.youtube.com/watch?v=gzsgQ8ArIKk

Creo haber detectado que el verdadero autor de las líneas que mi amigo-primo se autoadjudica es el niño que estaba en ese cochecito...

viernes, 9 de octubre de 2009

vértigo prestado

Lo que sigue corresponde a un amigo (y primo). Me lo envió, inspirado tras leer este blog (que, al fin, parece haber servido para algo). Gracias Gus. Que lo disfruten.
Jamás me arrimo a la baranda de un balcón, ni al filo de un acantilado. Odio viajar en avión, subirme a una escalera y tomar vinos de altura. Elijo vivir en planta baja y si es posible viajar por tierra. Pero aún así, cada día me enfrento al vértigo. Imposible evitarlo: la distancia entre las vías y el andén es absurda. Deben ser dos o tres metros hasta la pared, cuando no me toca esperar cerca del quiosco de diarios, que está peligrosamente instalado. Un simple empujón sin querer, el codazo torpe de un extraño, un leve mareo que desvíe súbitamente mi marcha, una publicidad que necesite mayor perspectiva, un culo. Todo es lo mismo. A un lado, la vida, al otro, el foso con vigas de acero donde desfilan los trenes y las almas de los arrolladitos primavera. Cientos de veces me encontré planeando escapes por si llegase a caer al pequeño gran vacío. Particularmente elucubro cuando la suela se planta sobre esa línea de amarrillo universal que dice, en cualquier idioma: “de acá para allá podés estar piola, pero de acá para el otro lado, sonaste, y no digas que no te advertimos”. Conclusiones. Si a lo lejos se divisa la llegada de la formación, la opción es cinematográfica: consiste en dar una vuelta carnero invertida para retraerse justo debajo de la loza sobre la que han pintado la franja. Estoy casi seguro que el ruido sería ensordecedor y las ruedas se verían inquisidoras, pero una persona no demasiado gorda podría encontrar refugio. Hice dieta, y ahora creo estar fuera de riesgo de no caber. Mantenerme en forma me ayuda, pero tengo miedo a la electricidad. Y también a la oscuridad. Por eso me esmeré en cronometrar otras alternativas de escape. La otra noche emprendí la carrera desde mi ubicación habitual hasta el comienzo de la plataforma. Si sumo los 5 segundos entre que caigo y recupero la pose de velocista hasta que alcanzo la escalera con grandes zancadas de atleta tengo 19 segundos hasta alcanzar la escalera. Lo novedoso es que esto en lugar de tranquilizarme me ha alterado. Ahora se que me debato entre 19 segundos, una trinchera de guerra, o un destino de arrolladito primavera, aunque sea verano.Todavía sigo buscando soluciones a la inminencia del abismo, pero por el momento, si alguien parece desatendido pero de pronto se abalanza no se enojen. Soy yo, esperando el instante de menor riesgo para catapultarme con el hombro hacia el frente dentro del vagón

lunes, 5 de octubre de 2009

¿Mitre o Suárez?

Si usted está en Retiro y alguien, indeciso entre ingresar a un vagón o quedarse en el andén, se dirige a usted y le pregunta ¿Mitre o Suárez?, sepa que no está pretendiendo conocer si preferiere al vencedor de Pavón o a José León, jurista de principios de siglo pasado.

Sólo pretende saber (a falta de cartel electrónico, o pereza de mirarlo) si el tren en cuestión se corresponde con el ramal que lo acerca, y que comparte, en parte, vías con el otro.

¿Mitre o Suárez? es, sin duda, la pregunta más formulada en Retiro, por encima de cualquier otra que uno pueda imaginar.

Eso sí, a veces no es formulada de modo puro. Es el caso de quien ya tiene una presunción formada y busca confirmarla. Así, también se escucha mucho, directamente: ¿Suárez?, o bien: ¿Mitre?

El cordobés Jiménez es gracioso y sobrelleva con dignidad su estancia en Buenos Aires. Vive en la localidad de Florida, cerquita de la Capital, y toma el Mitre habitualmente, hace ya siete años.

Una tarde, seis y pico, se tentó y cuándo un tipo apurado le esputó un ¿Mitre?, solícito, extendiendo su brazo débil y con su mejor sonrisa dijo, “no, Jiménez”.

Su interlocutor venía de una semana pésima, tres cheques rechazados, la tapa de cilindros rota, un mensajito de texto a su secretaria que no estaba previsto que su mujer viera, una hija que amenazaba con marcharse junto al novio alemán y, cinco minutos atrás, un sorete de perro de la peor consistencia había ensuciado su zapato.

La respuesta fue automática, “Jiménez y la concha de tu madre”; coincidente con el “dre”, el sonido seco del cross de derecha al tabique del cordobés.

Luego, el servicio de tren suspendido por 35 minutos (según un mito, el reglamento prohíbe mover a quien tenga algún padecimiento de salud en un tren y debe esperarse que expertas manos paramédicas carguen a los dolientes), Jiménez recobrando la conciencia en una ambulancia del SAME, el agresor demorado, etc., etc.

jueves, 1 de octubre de 2009

21 de septiembre en 3 de febrero


En las inmediaciones de esa estación hay una diversidad considerable: un cuartel militar, un hipermercado, una medianera que los divide, una mezquita, una cancha de polo y algunas hectáreas verdes.

La estación es, habitualmente, un páramo, pero ese día había florecido de adolescentes y otros muchos que hace rato habían dejado de serlo, en un masivo –y algo violento- homenaje a Arriola.

Faltaba Andrés, para musicalizar (que más quisiera que vivir la vida entera, como estudiante el día de la primavera)