Los Amarantes eran la familia bien (bienuda/cheta) de la escuela primaria en donde estudié. Era una escuela pública de un barrio de clase media, con lo cual, ser la familia bien de la escuela tampoco era tanto.
Nunca tuve onda con los Amarantes, quizá porque les encantaba mostrar su posición económica. De Alejo, mi compañero de grado, no tuve más noticias desde que terminé la primaria.
Pero hoy, viajando en el tren, vi un sticker de publicidad. Uno de esos modestos avisos que pegan profesores de inglés o matemáticas y que usan también algunas bandas de rock para promocionar su existencia, en el que estaba el nombre de mi ex compañerito.
Evidentemente, seguía intacta su valoración por sí mismo. Bien grande, en letras negras de imprenta mayúsculas, sobre fondo blanco, se leía su nombre. Más abajo un texto que, debo admitir, me causó a la vez, indignación y placer. Indignación porque estaba lucrando con gente desesperada. Placer, porque él hubiera querido el living de alguna conductora de televisión para promocionar su actividad y debía conformarse con estos papeluchos.
Debajo de su nombre se leía “magia blanca y magia negra, trabajos por teléfono” y, luego, “Señor Pablo” y datos de contacto. -Se ve que no pierde las mañas, hasta secretario tiene, me dije.
Quise un instante más de placer, quise volver a ver el nombre de mi agrandado compañerito en tan tercermundista vidriera y me di cuenta de mi estupidez: ALEJO AMANTES! ALEJO AMANTES!