viernes, 31 de julio de 2009

Tren Tortuga

Sólo dos líneas para aludir al tren que une Buenos Aires con Córdoba (sí, existe un servicio –por llamarlo de algún modo- entre estas ciudades). Ese tren, por la velocidad que puede desarrollar, se ganó el mote que titula la entrada. Pero un tren lento, de demoras habituales, circulando sobre vías en pésimo estado de conservación, es algo a lo que estamos resignados y, chatura mediante, no me movía a postear nada.

Ocurrió que ese tren, pese a circular a 20 km/h —las vías no daban ni para un poquito más—, descarriló.

No puedo evitar sentir mucha tristeza y, por lo tanto, apartarme de la pretensión que guía este blog, esto es, la de contar algunas historias que, por algún vericueto, se toquen con los trenes, sin incluir meras noticias sobre éstos.

Dicho lo cual, sólo me queda decirles que una crónica sobre el evento, ocurrido en las cercanías del pueblo llamado “James Crack”, puede ser vista en http://www.cronicaferroviaria.com/website/ Leerán, los que se interesen en el caso, las curiosas piruetas que dio, consecuencia del incidente, la máquina expendedora de café.

Nota al pie: James Crack resulta, indudablemente, un buen nombre para pueblo. Nada de Intendente González, o Comodoro Brizuela. James Crack, seguramente pronunciado en fonética, al estilo de “uilde”, pero con la típica doble vocal de la cordobesada bochinchera y ladina.

Nota al pie de al nota al pie: Quizá, si alguna vez me refiero a esos bichos feos que son los colectivos, les cuente los avatares de un amigo que, rubiecito y con su mejor inglés de instituto privado, subió al 17 y pidió un boleto hasta Wilde.

martes, 28 de julio de 2009

primer post: "el último pasajero"


Casi indefectiblemente, cada tren de pasajeros que parte cuenta con un fulano que fue el último en abordarlo. Sólo cabe imaginar, como excepción, un tren trasnochado, en un día sin ajetreos, que por carencia total de pasajeros, carezca también del último.
En los demás casos, es probable que el último pasajero haya corrido para llegar, que haya saltado al tren próximo a partir y, lógicamente, que haya tenido riesgo de fracasar en ese intento de abordaje.
Quien salta con ansias de ser el último de este tren y no el primero del próximo, corre el riesgo de un golpe, caída, y final de hierro sobre carne.

Pero no todos caen. En rigor, ello casi no ocurre: la gran mayoría logra abordar el tren y, algunos otros, en el peor de los casos, sólo chocan su nariz contra el vidrio sucio de las puertas también sucias, sufriendo la resignación que acarrea la espera, amén de una fugaz vergüenza.

No podemos saber qué factores (reunidos en algo que llamamos azar) deciden entre la destreza y el fracaso. Sí sabemos de un caso en el que esos factores se conjugaron por partes iguales y hubo un último pasajero medio cuerpo adentro y medio cuerpo afuera.

Saltó, como quizá ya había saltado alguna vez. Seguramente, algún instante después del último eco que el andén devolvió al silbato del guarda; en el mismo instante en el que las puertas iniciaban el camino que normalmente culmina con el encuentro de la homóloga. Pero un par de ellas no llegaron a destino, entremedio, atrapado, medio cuerpo adentro y medio afuera, lo impedía un último pasajero.

El tren inició su marcha, no hubo guarda que viera el incidente para detener la formación. Tampoco hubo freno en los momentos siguientes pues se ve que, aún escuchado el griterío, no se advirtió su causa con la premura que el último pasajero hubiera deseado.

Poco más vieron quienes, ante tamaño espectáculo, prefirieron cerrar sus ojos. De todos modos se oyó rezar a señoras compungidas, se oyeron súplicas, se oyó un vagón de lamentos, se oyó el sonido de pies correr con destino incierto, se oyó a lo lejos la voz de un vendedor ambulante que -no anoticiado aún del evento- ofrecía una verdadera ganga, se oyeron insultos, se oyó un trueno que poco tenía que ver con el asunto, se oyó un "auch", se oyó al fin el impacto de media persona con un poste, se oyó al fin el fin.