jueves, 11 de febrero de 2010

Viajar desnuda



Ella ya me resulta familiar. Su estrabismo leve y la mueca constante en su boca confluyen en una imagen nítida que, aunque intermitente, me sigue cada vez que me bajo de un tren que la transporta.

Es indudable que su jornada laboral se inicia a las 10 de la mañana en alguna oficina céntrica. Es que toma, sistemáticamente, el tren que pasa a las 9:20 por mi estación. Siempre prolija, viaja con margen suficiente para sortear cualquier imprevisto que pudiera presentarse. Se advierte, le gusta tener todo controlado.

Lo que digo, lo se por observarla, y por un inductivismo básico: siempre que tomé el tren de las 9:20 la encontré, sin excepción. Como mi rutina es más flexible, o sea, menos rutina, sólo coincidimos esporádicamente. Eso sí, siempre en el primer vagón, en eso somos estrictos ambos.

Ella jamás me vio. Es que sus dos ojos, uno como queriendo correrse hacia el centro de la órbita, se posan, indefectiblemente, en alguna novela de reputación conocida. Esas que, por prensa de las editoriales, marketing de sus autores y corre ve y diles varios logran instalarse como profundas y ser referenciadas hasta por quienes jamás las han leído.

Sus libros están forrados como esos cuadernos de la primaria, con una especie de celofán transparente, pero que no es celofán. A veces hizo que yo me avergonzara de los dobleces y la manchas que los míos exhiben impúdicos a los pasajeros.

La cosa es que jamás me vio. Nunca una exaltación en su lectura le hizo levantar la vista. Nunca una seña de hartazgo literario y consecuente necesidad de recreo visual.

Y hoy... perdí el tren:
Subí al primer vagón del tren de las 9.20, que en verdad pasó 9.23, y ella, claro, estaba ahí. Por un descuido que aún no debe perdonarse, había olvidado su libro. Estaba nerviosa, con el celo de quien no quiere mostrarse, con el temor de que otro pueda acceder a sus rasgos, a sus señas, a su intimidad, todo tan expuesto, sin un libro protector. Viajaba desnuda, no había ropa que pudiera cubrirla, y eso me gustaba.

Comencé a esperar que su vista, ahora liberada, se posara en la mía. El medio metro de distancia era la medida justa para que al mirarme casualmente yo dijera: -¿y el libro? (frase que, a esa hora, para un ser al que las mañanas le cuestan mucho, era un alarde de creatividad).

En eso veo que, con gesto de asombro, me mira y esboza una sonrisa. Sí, no hay dudas, es a mi. Entonces comienzo: -“¿ y el l…” y en esa conjunción de eles, un grandulón de traje azul parado a mi lado —evidente compañero de oficina de la susodicha— la saluda y comienza una charla intrascendente…
Sólo logré las miradas de los restantes compañeros de vagón.

8 comentarios:

  1. bueno, siempre habrá otro tren de las 9 y 20 y podrás decirle "menos mal que hoy no te olvidaste del libro?"
    muy bueno, como siempre

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  2. qué buena historia de no-levante!!!
    yo, en cambio, propongo no tomarme nunca más el tren de las 9 y 20

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  3. Genialazo! historias de trenes y atracciones tan conocidas por todos los que utilizamos dicho transporte.

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  4. Muy buena!!
    Mi sugerencia, sin embargo, mejor buscar alguna otra; que lea libros manchados y con dobleces, claramente más interesantes que aquellos de mucha prensa y necesidad de corre ve y diles (como me gusta esa palabra-frase!)
    Lo mejor: el título.
    Besos!

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  5. Hola SAL! Me encantó!
    Es verdad que es la anticrónica de la mía!
    En la tuya, no hay encuentro posible; en la mía, aún con el libro "vistiéndome", alguien con mucha necesidad de contar su historia, irrumpe en la escena...
    Muy bueno, realmente.
    Me gustó mucho tu manera de describir como se sentía ella sin el libro, como si el libro la hiciera hundir en otro mundo donde nadie la ve y la vistiera de "invisible" a los demás ojos del vagón. Muy buena esa percepción.
    Te agrego entre mis blogs, voy a volver por aquí!
    Besos

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  6. Me encantó, amores que se escapan. Y a veces uno coincide así, tantas veces.
    Usualmente me cruzo en el colectivo con una pareja, en general les dejo el asiento para que se sienten juntos pero estos días la veo a ella sola y me pregunto dónde esta él, me pregunto porque no me animo a preguntarle. Quizás alguno cambió los horarios, ojalá.
    Agrego un amor con relativa suerte en el film Tres veces Ana de David José Kohon.

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  7. casi adulta - agustín, una discusión casi filosófica... ¿tomar o no el proximo tren de 9:20?

    canela, no habrá sido ud?

    coincido con blue, yo los prefiero marcados (disfrutados),

    Atenea, gracias, y vuelva... hay trenes a todas las horas.

    Vir, gracias también, me anoto una película más en la interminable lista de las que querría ver.

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  8. Estimado SAL, no pierda el tren y publique algo más. Sus asiduos lectores pedimos al menos un post semanal. No nos defraude! Gracias por tanta magia, talento o esas cosas que se dicen cuándo alguien sabe hacer bien las cosas. AJS

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