viernes, 22 de octubre de 2010

temor a quedarse solo (otra vez)

Gustavo no recuerda a sus padres. No siente que le falte algo. No los menciona nunca. Su abuela tampoco. A veces teme por ella (y, por lo tanto, también por él), la ve grande.

Con su abuela se sientan en el patio, en el tronco hecho banco, en una imagen cuya ternura no alcanzo a describir, y cuando el ruido del tren se hace presente, rebotando entre paredes vecinas, arriesgan norte/sur o sur/norte.

Gustavo está ganando más seguido, su abuela tarda en arriesgar, el juego que antes le gustaba tanto ahora le evidencia que su abuela está grande.

jueves, 14 de octubre de 2010

Si te tirás, me tiro

Me pasan el dato, me intriga, voy, lo constato.

No es un graffiti más, “si te tirás, me tiro” se lee en el muro de la estación.

Podemos pensar una adaptación: Julieta Lee y Romeo Park pertenecen a dos familias rivales, en lucha por el dominio de los supermercados de Belgrano. Ellos se aman, sus familias se odian. No obstante, ellos siguen adelante. Surge un incidente grave: Romeo decide bajar el precio de las gaseosas en sus locales más allá del límite tolerable y el padre de Julieta organiza una eliminación del heredero Park. Paralelamente, decide una boda para su hija.

Julieta, enterada, también planea una treta con la ayuda de su primo, un genio de la física y la química deportado de los Estados Unidos por acoso a una alumna en la universidad en que enseñaba. Este científico que durante el día apila cajones de cerveza en el súper, crea por las noches un holograma a imagen y semejanza de su prima (aunque visto de cerca también tiene algo de su alumna). Finalmente, lo dirige al tren a la vista de los vecinos, para que ellos atestigüen sobre el presunto suicidio que liberará a Julieta.

Ella, bien guardada, envía un mensaje de texto a su Romeo dando cuenta del plan que les permitirá escapar. La red telefónica se ve sorpresivamente interrumpida y el mensaje no llega. El holograma, en cambio, funciona a la perfección.

Romeo cruza por la estación y se sorprende al ver a Julieta dirigirse al tren, le grita pero el holograma no escucha. Desesperado, desenfunda un aerosol que compró minutos antes para retocar el frente de uno de los locales de su padre y escribe grande en la pared “si te tirás, me tiro”.

Nada que hacer: holograma se tira, Romeo se tira, Julieta -que vio el mensaje aun en bandeja de salida y se acercó al lugar- al notar lo ocurrido también se tira. Las versiones de los vecinos son discordantes en cuanto al modo y momento en que Julieta se lanzó.

viernes, 8 de octubre de 2010

El proceso y el resultado


Bajó de la torre de oficinas de ascensores galácticos, con techos de doble altura y guardias en la puerta; atrás había quedado el buen café que tomó en la reunión —fue el único que aceptó el convite, los demás, en situación más tensa, declinaron la oferta—.

Todavía más atrás había quedado ese rato de espera, en el que se dedicó a mirar en soledad la escultura de la sala de reuniones. Una escultura de hierro, montada sobre un soberbio pie de mármol. Era un conjunto bello, de extrema pulcritud, que transmitía armonía y serenidad.

Al Cdr. Suminski lo habían convocado unos clientes —podría no haber ido para nada, y la cosa no se hubiera movido un milímetro—. Sus clientes serían apretados por un profesional de ese arte, con oficinas ya descriptas. El tipo, que hacía pasar su función como una gestión de negocios, había sido contratado por la contraparte de los clientes de Suminiski, en un litigio en el que nadie tenía razón y todos —pero sobre todo los clientes de nuestro protagonista— tenían mucho que esconder.

La cosa es que los clientes de Suminski querían reducir al mínimo posible ese apriete y se ilusionaron en vano con la eventual utilidad de mostrar algunas debilidades contables de la contraparte, para mejorar su posición relativa.

Suminski no era tierno, pero la situación lo doblegó. Demasiada escoria para volver a trabajar ese día. Aprovechó que estaba cerca de Retiro y tomó el tren. No bajaría en la estación de su casa; lo haría una antes, podría ver el río y caminar un poco.

Ni bien los trenes dejan los andenes de Retiro, suelen detenerse uno o dos minutos. El tren de Suminski no fue la excepción.

En general, esa parada fuera de programa permite ver el área de trabajo de Regazzoni, un artista que hizo de los galpones cercanos a la estación su casa y su taller.

Ahí apila todos los desechos ferroviarios que puede encontrar (tuercas, tornillos, durmientes, chapas, semáforos, lo que sea), y que luego dan vida a sus obras. El contraste es evidente, un proceso de elaboración sucio, grasoso, polvoriento, ruidoso, que deviene en una posterior exhibición pulcra y silenciosa, en una galería de arte, o en la sala de reuniones de algún apretador.

¿Será la vida de este apretador profesional, a su modo, una obra elaborada como una escultura? Un proceso sucio de amenazas, miedo, estómagos retorcidos —cuando no, el envío de unos matones— y una posterior capitalización en horas de los mejores hoteles y restoranes, de pasajes en primera, de música clásica en equipos de audio de alta fidelidad, de habanos solamente hechos en Cuba.

viernes, 1 de octubre de 2010

Polos opuestos

Para cuando subí al vagón y las vi, ya estaban sentadas juntas. La primera impresión, prejuicio mediante, fue que se trataba de una chica de la calle y una mujer bien, exponiendo desde primera hora al gran público del tren las dolorosas diferencias de nuestra sociedad. Cuando escuché que la señora bien vestida le pedía que identificara ciertas letras en el diario que la nena fingía leer dudé (barajé la posibilidad de que fueran tía y sobrina -hija de hermano hippie-, por ejemplo). Finalmente, cuando escuché que la señora le reclamaba a la niña, con tono maternal, que aun no conocía su nombre confirmé mi prejuicio.

La mujer de cara angulosa, ropa de calidad sin estridencias, anillo de casada en su anular, y de evidente cargo jerárquico en alguna empresa de capitales extranjeros, se mostró (contra mi pronóstico) tierna y dulce. Insistió en corregir algunos errores de la chica que declaró 6 anos y luego 5, y que, evidentemente, aun estaba aprendiendo los números. Festejó cuando la nena distinguió correctamente “esta es la z de zorro”. Luego, cuando pasaron a la sección de deportes, se registró la única divergencia seria: Maradona reclamaba una segunda oportunidad en la selección, y la nena cantó/gritó “Maradó, Maradó”. La señora no ahorro cara de disgusto y le dijo seria, “a mi no me gusta Maradona”. “A mi sí” retrucó la nena y volvió a corear su “Maradó, Maradó”.
Vuelta de página. Quien sabe por qué, el diario tenía una nota sobre los Picapiedras (su existencia estaba completamente exiliada al altillo de mi cerebro). La nena se fascinó con los dibujos y la mujer le explicó cómo se llamaba cada uno, Pedro, Pablo, Vilma y … Betty (ayudaron en simultáneo dos senoras que, como todos, miraban ese extrano encuentro). La nena rapidamente memorizó sus nombres, los repitió y ganó el aplauso de los pasajeros cercanos.
Al llegar a su estación la mujer saludo a la nena, pero fue un saludo seco, había sin dudas algo de dolor en las dos frente a esa despedida. Había también dolor en los que estábamos cerca. La mujer se llevó el diario.
Yo también bajé, inundado de una sensación amarga: cuántas vidas hay boyando por ahi? Cuánto dolor y abandono? La muestra gratis de contención, habrá sido beneficiosa o simplemente reveladora de una carencia insustituible?