lunes, 7 de febrero de 2011

Crónica del yogur

Al iniciar el blog me fijé un cometido, no incluir noticias de actualidad ferroviaria, es decir no hablar del descarrilamiento de turno, ni de los subsidios, ni de los tercerizados; los trenes debían ser un medio para transportar literatura (si me permiten esa exageración). Hasta aquí, podría decirse que ese principio básico, ese dogma, fue respetado. En términos generales, los relatos que se encuentran en el blog son siempre ficciones. Las hay absolutas, producto de la febril actividad de mi cerebro, y relativas, basadas en un hecho real que actúa como disparador. Pero son ficciones al fin. Hoy, en cambio, voy a hacer una crónica, un relato fiel del tortuoso inicio del tercer día del segundo mes del año que corre.

Antes de salir a trabajar (claro está, el mero hecho de tener que ir a vender mi fuerza de trabajo ya habla de un comienzo poco promisorio), vi por ese canal tan nefasto un informe sobre el tránsito y las vías de acceso a la Ciudad. Se anunciaba que en las líneas Sarmiento y Metropolitano había demoras, pero que para el resto de los trenes el servicio era “normal”.

(Notas del cronista: 1. Foucault mediante, debí sospechar de los alcances del término “normal”, 2. Todas las opciones que alguna vez probé como alternativa a ese canal son también nefastas).

Sin embargo, al llegar a la estación vi gente apiñada en el andén, en número harto mayor al habitual. Estaba además, entrando una formación. Subí como pude, entre codos y bolsos que se empeñaban en hacer contacto con mi cuerpo. No había chance de escuchar la radio, es decir, no había posibilidad de mover los brazos y colocarme los auriculares. No obstante, no tuve que esperar mucho para escuchar una especie de radio AM en vivo (es que algunos pasajeros parecían los oyentes que llaman y dejan mensajes). Uno de ellos dijo a una mujer (pero para que lo escucharan todos) que el tren estaba demorando un montón, que evidentemente venía con retraso, que se detenía mucho más tiempo del habitual en las estaciones. Alguien que lo escuchó culpó a Cristina, otro asintió y mencionó los coches comprados en China por Jaime (¿no era en España? me pregunté en silencio).

(Mas notas del cronista: 3. Cristina es el nombre de pila de la presidenta de Argentina en el momento que escribo esto, y 4. Jaime es el nombre que oficia de apellido de un ex secretario de transporte procesado en una causa por dádivas e imputado en varias más).

El viaje siguió en esa habitualidad triste, de charlas tilingas, con una chica sentada que no dejaba de subirse el escote del vestido.

(Nota de color: 5. el cronista, interesado, pensaba “dejalo como está, ¿qué te cambia que se te vea un centímetro más o menos de piel?)

Ya cerca de Retiro el tren se detuvo completamente. Nadie se inmutó. Es muy frecuente que la formación frene entre estaciones. Los primeros cinco minutos fueron de una parsimonia total, pero luego, comenzaron las quejas (al principio tibias): todos los coches están sucios; las vías están “flojas”, las puertas cierran mal, y ahora lo paran para joder nomás, etc, etc. Cuando ya llevábamos unos quince minutos detenidos, muchos comenzaron a llamar por teléfono a sus trabajos para decir que hacía como media hora que estábamos en el medio de las vías; una pareja llamó a un número gratuito (0-800 de la CNRT) para denunciar lo que estaba ocurriendo, al cabo de unos instantes el le dijo a ella: -anotá, y dictó un número de reclamo.

Pasada la media hora (tomé los tiempos con cuidado), comenzaron los golpes contra las paredes del vagón, y muchos se acercaron hasta la puerta del motorman a golpearla e increparlo, “estás de paro, puto”, “abrí cagón”, etc. De repente se escuchó una voz en las vías que le decía “bajá, bajá”, era un fulano que había saltado por alguna ventanilla y caminó hasta la cabina del conductor. Todos miramos automáticamente al sitio de donde provenía la voz, y al ver allá abajo a un tipito caminando desencajado, nos reímos al unísono. Esa risa duró un segundo, luego la turba lo vivó, como a un héroe. Su conducta fue imitada por algunos pocos más. Yo conté cuatro en total (no se si volvieron a subir o se alejaron por las vías).

En ese instante me pregunté, qué pasaría si me quedara varado con estos energúmenos en el medio de la nada, en un viaje de larga distancia, por días, hasta que pudieran llegar rescatistas… Mientras divagaba, surgió la perla de la crónica, protagonizada por una mujer relativamente joven.

(Otra nota del cronista: 6. los alcances de la juventud relativa son tan vagos como los de la normalidad; para acotar ese margen: hablo de una mujer de alrededor de 40 años).

Esa mujer estaba bastante nerviosa, y se movía mucho (verticalmente, se estiraba y contraía, el espacio disponible no daba para más), y de pronto, pese a la batahola de fondo, tomó su teléfono y llamó al servicio de ambulancias del SAME (?). Dijo (más bien gritó, porque ya se escuchaba poco): “en las vías, frente a la villa 31, antes de entrar a la estación de Retiro –y calló unos segundos–, es lo más preciso que te puedo dar [alguien acotó, calle 15, pero ella no lo escuchó]”, allí su voz tomó un tinte desesperado y lloró: “hay embarazadas, gente cardiaca, se están desvaneciendo, una persona se está muriendo, es urgente, vengan ya” (como no podía creer lo que escuchaba, tomé nota de las palabras exactas, quería ser un cronista fiel; por cierto, este cronista no logró encontrar ni embarazadas, ni el grupo en proceso de desvanecimiento, ni nadie yéndose con la parca). Luego su voz comenzó a titubear: “no se el numero del teléfono es prestado, ¿por qué tengo que darte mi DNI?”, instantáneamente cortó.

Mas tarde (9:35 AM), cuando ya llevábamos casi 45 minutos detenidos, los golpes eran más fuertes, los insultos elaborados y un fulano completamente fuera de sí cantaba: “tocá bocina la puta que te parió, tocá bocina la puta que te parió” (?), esta mujer enardecida golpeó con una virulencia pocas veces vista la puerta del conductor. Llegué a escuchar un “auch” y la ví retroceder, tomarse la muñeca, poner gesto de dolor. Entonces, lamentándose, hurgó en su cartera, sacó un yogur marca Ser con colchón de frutos rojos y, a modo de hielo (no se cuánto frío conservaría tras el parate), lo colocó sobre la zona golpeada. Ahí arrancó el tren y llegamos a la estación.

En un momento me asustó que, más allá de la bronca, calor e incomodidad, mi decisión de esperar sin querer matar a nadie ni romper nada, no encontrara un solo par de ojos cómplices.

6 comentarios:

  1. SAL: permítame dos o tres correcciones. Cuando usted dice que "transporta literatura" no está exagerando. ¿Quién tiene el literaturómetro? ¿Nadie? Entonces no lo dude. Sus lectores (sí, sus lectores) creemos en su literatura, y sus cuentos nos provocan algo (permítame el plural, dicho sea de paso).
    Cuando empezó su "crónica", pensé que iba a tener que decirle "usted es dueño de su blog, y finalmente, puede putear cuando quiera... de todas maneras, el usuario de ese medio de transporte no es otro que usted".
    Pero al terminar la lectura, pienso, y creo, que éste es uno de sus mejores relatos (junto con el de James Craig).
    Déale, que ya está para la publicación. En papel, digo.

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  2. Coincido con Agustín. Tomando distancia del hecho periodístico y las mil y un maneras de hacernos perder la paciencia a la que estamos tan acostumbrados a que nos sometan, su mirada satelital del evento le permite tomar una instantánea de 45 min de exposición de lo más crudo del ser argentino.
    Ahora bien, la elección institucional es que prevalezca el derecho al pataleo, aunque lo que debería ponerse en práctica es que quien destruye material, baja a la vías o llama a emergencias para hacer falsas denuncias, debe como mínimo pagar una suculenta multa. Aunque el servicio sea una porquería.
    Y si, usted tenía muchos ojos cómplices, lo que necesitaba era una licencia poética para el final ;)
    Un abrazo y lo espero por NSE. Traiga amigos...

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  3. A medida que leía empecé a reirme. La risa era cada vez más sonora. En medio de la oficina, intentando que los otros que están acá no me escuchen. Era altamente dudoso que lo que me hiciera reir fuese mi trabajo.
    Es una crónica genial, aguda. Denuncia lo peor y lo más gracioso que puede ser el ser humano.
    Agustín me incluyó acertadamente en el plural: tus cuentos SAL provocan algo. Y no siempre lo mismo. El anterior en mí tristeza. Este último risa profunda.
    Te felicito. Gracias por el relato.

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  4. Gracias SAL. Sos consciente de la gratitud que generás en tus seguidores? no es poco en este mundo tan automatizado, logres que la gente sienta algo. un abrazo, Ale

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  5. Agustín, gracias, te dejé mi correo, escribime cuando quieras.
    Opin, ahí anduve por los pagos de NSE, subiendo algunas cosas de acá. Gracias por los comentarios
    Caroli, alguien más lo disfrutaría en tu trabajo? (dudoso, no?) pero si así difundilo
    Alejandro, grangratitud, linda cacofonía.

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  6. Y después dicen de los noticieros, la gente misma se vuelve sensacionalista en esas circunstancias... Me gustó el cierre, un poco de paz. A mí me han tocado ocasiones en las que pese a las circunstancias empieza a aparecer el humor y prefiero eso a la agresividad y las quejas absurdas.

    Saludillos

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