martes, 7 de agosto de 2012

Que no se corte


Por razones de seguridad personal no daré más datos sobre su ubicación. Saben, y con eso deberán conformarse, que está en las inmediaciones de una terminal de trenes. 

De hecho, suelo cortarme al salir de mi trabajo, cuando camino hacia esa terminal.

En la peluquería en cuestión, montada antaño y conservada como tal, el dueño atiende la caja y tres peluqueros de la vieja guardia hacen lo suyo en las giratorias con descanso de hierro.

Alguna vez, mientras esperaba, vi al dueño levantarse para ir al baño, o buscar una tasa de té. En esos casos, apartando parcialmente mi vista de las revistas de ocasión —con algunos pelos ajenos en su interior que, corriente de aire mediante, llegaron hasta ahí cuando eran barridos— pude ver como rigurosamente retiraba la llave de la caja, aún cuando se apartara unos pocos segundos.

El tipo, que no había perdido el acento de su tierra, vive al fondo de la peluquería. Mi calidad de cliente habitual me permitió saber que casi no sale, que no tiene familia en el país y que se dedica en exclusividad a su comercio que, por cierto, parece rendirle bastante. Claro está, nunca pude saber qué hace con aquel rendimiento.

Yo voy cada tanto, en general dejo pasar unos dos meses, a veces un poco más, entre corte y corte. De todos modos los muchachos ya me conocen, al punto de poder preguntar “¿cómo siempre?”, y empezar su tarea antes de escuchar el “sí” que indefectiblemente contesto.

Las últimas tres veces no estaba el dueño. La primera me llamó la atención y pregunté por ello, “se fue a su tierra a visitar a su familia”, fue la lacónica respuesta. Nada más, ningún detalle. En la segunda ocasión, dije “se ve que la está pasando bien, que no vuelve”, y apenas si escuché un “ajá”. En mi última visita a la peluquería, y mientras la navaja hacía su trabajo, comenté al pasar, lo lindo que debe ser la tierra natal del dueño, y el filo fue presionado algo más de lo aconsejable y unas gotas de mi sangre mancharon mi camisa.

Ya en el tren, de vuelta a casa, agradecí haber salido de la peluquería y decidi que era mejor olvidarme del asunto.

9 comentarios:

  1. Me encantó! No se por qué pero me pareció un buen comienzo para una historia de terror, con gente que llegó desde tierras lejanas, de Europa del Este y misterios que incluyan vampiros........
    En tu lugar no se si volvería, tal vez ahora que conocen tu sangre, la próxima vez no logres escapar!

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    1. que bueno que te haya gustado, es un buen giro esto de la sangre, los vampiros... habria que seguirlo entonces!

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  2. Hola SAL:

    Está muy buena la historia.
    Algo de estilo mafioso ronda por esas letras, y me gustó.
    Eso, "no iba a parecer un accidente".

    Una: no linkea la primer entrada (pide una "invitación".

    Otra, tené en cuenta que hay lugares en donde quedamos totalmente expuestos los santos varones: en la silla del peluquero y en la del dentista.

    Saludos.

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    1. si, tal cual, no iba a parecer un accidente...
      creo que esta corregido el link, gracias.

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  3. Bueno, le corrijo don "D", alias Crónicas Urbanas. Se me ocurren al menos dos lugares más donde los santos varones quedamos expuestos, pero claro, no viene al caso.
    Estimado SAL, su historia culmina con un "decidi que era mejor olvidarme del asunto". Creo que además de olvidarse del asunto, deberá olvidarse del local de belleza masculina, y buscar otro por el barrio.
    Abrazo!!!

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  4. jajaja me encanta leer lo que escribís, me divierte y está muy bien escrito porque te transporta a esa atmósfera tan particular que creás.
    Bueno de eso se trata, de viajar, pero si salgo viva mejor.

    Saludos buen finde

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    1. gracias por el comentario, que loco hablar de salir vivo de un simple viaje en tren!

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  5. Esta historia suma razones a mi ya tradicional no-concurrencia a las peluquerías... total con los rulos la piloteo bastante bien cortándome solo jaja
    Adhiero a todos los comentarios anteriores, está bueno como de una historia cotidiana sacás algo sensacional.
    Salud!

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