viernes, 9 de octubre de 2009

vértigo prestado

Lo que sigue corresponde a un amigo (y primo). Me lo envió, inspirado tras leer este blog (que, al fin, parece haber servido para algo). Gracias Gus. Que lo disfruten.
Jamás me arrimo a la baranda de un balcón, ni al filo de un acantilado. Odio viajar en avión, subirme a una escalera y tomar vinos de altura. Elijo vivir en planta baja y si es posible viajar por tierra. Pero aún así, cada día me enfrento al vértigo. Imposible evitarlo: la distancia entre las vías y el andén es absurda. Deben ser dos o tres metros hasta la pared, cuando no me toca esperar cerca del quiosco de diarios, que está peligrosamente instalado. Un simple empujón sin querer, el codazo torpe de un extraño, un leve mareo que desvíe súbitamente mi marcha, una publicidad que necesite mayor perspectiva, un culo. Todo es lo mismo. A un lado, la vida, al otro, el foso con vigas de acero donde desfilan los trenes y las almas de los arrolladitos primavera. Cientos de veces me encontré planeando escapes por si llegase a caer al pequeño gran vacío. Particularmente elucubro cuando la suela se planta sobre esa línea de amarrillo universal que dice, en cualquier idioma: “de acá para allá podés estar piola, pero de acá para el otro lado, sonaste, y no digas que no te advertimos”. Conclusiones. Si a lo lejos se divisa la llegada de la formación, la opción es cinematográfica: consiste en dar una vuelta carnero invertida para retraerse justo debajo de la loza sobre la que han pintado la franja. Estoy casi seguro que el ruido sería ensordecedor y las ruedas se verían inquisidoras, pero una persona no demasiado gorda podría encontrar refugio. Hice dieta, y ahora creo estar fuera de riesgo de no caber. Mantenerme en forma me ayuda, pero tengo miedo a la electricidad. Y también a la oscuridad. Por eso me esmeré en cronometrar otras alternativas de escape. La otra noche emprendí la carrera desde mi ubicación habitual hasta el comienzo de la plataforma. Si sumo los 5 segundos entre que caigo y recupero la pose de velocista hasta que alcanzo la escalera con grandes zancadas de atleta tengo 19 segundos hasta alcanzar la escalera. Lo novedoso es que esto en lugar de tranquilizarme me ha alterado. Ahora se que me debato entre 19 segundos, una trinchera de guerra, o un destino de arrolladito primavera, aunque sea verano.Todavía sigo buscando soluciones a la inminencia del abismo, pero por el momento, si alguien parece desatendido pero de pronto se abalanza no se enojen. Soy yo, esperando el instante de menor riesgo para catapultarme con el hombro hacia el frente dentro del vagón

3 comentarios:

  1. S·A·L.: siempre generoso! Hágale llegar a su primo mis felicitaciones, de alguien que tiene algo de vértigo, y ha pensado algo como lo dicho. La solución siempre es la gran Matrix.

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  2. ¡Buenísimo! a mí de chica me daba mucho miedo cruzar de vagón, sobre todo con el vaivén entre los coches.
    Ahora se volvió parte de mi rutina y digamos que logré acostumbrarme.

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  3. Agustín, las felicitaciones le serán dadas, si es que aún no le han llegado merced a sus visitas a este post.
    María o Virginia -según prefieras- espero que no haya una consideración de Gus sobre tu cruce de vagones, seguramente volverá a inculcar el terror del desenganche, y otra que arrolladito primavera...

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