lunes, 18 de julio de 2011

Cerca del 9 de julio


Era, para mi, uno de esos días en que mandan las obligaciones y mi cuerpo, obediente, se queda depositado en su lugar de trabajo hasta entrada la tarde noche.

El frío era único protagonista de unas calles ya desiertas. En la estación, las luces poco potentes no alcanzaban para iluminar por completo a algunas almas en pena.

En un puesto de la estación, en penumbras, un granadero comía un pancho coronado por papas fritas. Ensimismado, disfrutaba de su momento. La comida aliviaba por igual al estómago y a la temperatura corporal, era evidente en sus gestos. Por fin, un momento en el que era dueño de su destino, sin órdenes de la superioridad, sin venias, sin niños tentándolo a renunciar a su postura firme.

Subí al vagón y me aposté al costado de una de las puertas, ya no quedaban asientos. Antes de partir, subió el granadero y se situó enfrente (destino que manda estar parado).

Su traje obsoleto, más propio de una fiesta de disfraces que de un humano en combate, había formado pelotitas en la tela. El mango del sable (eso debe tener un nombre específico) era de un dorado plástico, similar al de los gatos chinos que mueven su brazo delantero izquierdo incesantemente.

El tren siguió su marcha y pasamos al costado de un club en el que muchos chicos bajo cero se ejercitaban al ritmo del rugby. Le dije –deberíamos cruzar la cordillera del terraplén y liberarlos. Pero ambos estábamos cansados y a él solo le quedaron fuerzas para una sonrisa de compromiso.

3 comentarios:

  1. ¡Me encantó! Sobre todo ese hastío laboral, el cansancio de viaje y el pequeño momento de asombro.
    Siempre hay algo ahí, menos mal.

    Saludos y feliz día del amigo (añadamos amigo blogger ;)

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  2. Me encantan tus viajes en tren
    un beso enorme

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  3. Vir, amiga blogger, gracias!

    Saltar, gracias, me encanta que subas.

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