lunes, 8 de agosto de 2011

La Casualidad

Ramiro se rió al escuchar a sus amigos que no querían que saliera con Julia, “la bruja”, justamente, por el origen de su apodo.

Ocurre que Osvaldito (nadie lo llamó Osvaldo desde su muerte) y “el tano” murieron poco después de haber dejado a Julia por otra.

Osvaldito era el mejor nadador del pueblo, pero sufrió un calambre y el río lo tragó.

El tano, un eximio conductor de sólo 24 años, promesa para el turismo pista regional, perdió estabilidad en la curva y su cuerpo se enrolló entre hierros.

En las confiterías de esta Villa Cualquiera, esos destinos eran atribuidos a las malas artes de Julia que, se comenta, tendría ciertas facultades.

Pero Ramiro no tuvo miedo y caminó con Julia; se dejaron ver por el pueblo y luego se alejaron por las vías que, pasado el carguero, no tendrían más tránsito que el de sus cuerpos.

Ramiro le habló y la tomó de la cintura. Le dijo que si tenía que morir quería que fuese así, abrazado a una mujer, echado sobre unas vías desiertas, en el silencio de un pueblo fantasma.

Al llegar el verano Ramiro le dijo adiós a Julia y viajó a Salta con Irene. Después de dejar la estación de Caipe, el tren a las nubes se detuvo por desperfectos en el medio de la puna desértica, ningún pasajero debía bajar de la formación, pero Ramiro no hizo caso y se alejó demasiado. Irene, entre reproches y temor, se alejó con él.

Sopló un viento atroz, carente de todo oxígeno. Las cabezas retumbaron hasta casi estallar, las manos en las orejas y los codos en el pecho no servían de suficiente protección. Una ráfaga endemoniada los hizo girar una y mil veces, y después los tiró al piso. Cuando pudieron incorporarse no encontraron ni el tren, ni las vías.

Tras 14 horas de caminar, dormir algo, y sobrevivir por instinto, ya con el cuerpo congelado y la garganta sedienta como nunca, se alegraron al ver la salvación a pocos pasos.

El júbilo duró lo que una gota en ese desierto, y fue sustituido por el terror más visceral. Un cartel indicaba que el pueblo se llamaba “La Casualidad” y otro indicaba que a 25 km se ubicaba la “Mina La Julia”, pero ningún cartel hablaba de la inexistencia de habitantes, ni de la decisión de dejar de producir azufre para comenzar a importarlo, ni del abandono del pueblo que tuvo 2.000 almas y un cine a 4.000 mts de altura.

Ramiro e Irene llegaron a las vías que se usaban para bajar el producto de la mina al pueblo ahora fantasma, y con sus últimas fuerzas se abrazaron.




8 comentarios:

  1. Excelente. Yo debo tener alguno de esos embrujos sobre mi testa y por eso no me arrimo a lugares desolados. Dicen que las brujas nunca se rinden, así que me cuido todo lo que puedo, pues brujas he conocido muchas.
    Gracias por el relato.

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  2. Yo conozco una bruja así. Una gran historia la de hoy!.
    Le agradezco el cuento, le agradezco el enlace y le agradezco el pequeño homenaje.

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  3. Impresionate como siempre, conmovedora su sensibilidad.
    Saludos
    N.

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  4. Cinematrogràfico, espectacular y como si fuera poco, basado en hechos reales .

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  5. Muy bueno y muy triste también. Muchas pérdidas para un mismo día (estoy haciendo el duelo de la Richmond en el blog).

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  6. Opin, gracias! siga así, lejos de las brujas.

    Agustín, ud. se lo merece!

    N, gracias por pasar, alegrón conmoverlo.

    Trenazul, creo que debería haber aclarado, como en las pelis, ¨cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia¨

    Vir, es cierto, muchas perdidas, vi tu post y comente por ahi tmb.

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  7. Brillante SAL. Un historia enorme en tan pocos renglones, de esas que cuando uno las recuerda cree que el cuento tenía veinte páginas. Qué delicia.

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  8. Brillante, corto, conciso, profundo.

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