viernes, 16 de julio de 2010

Playon de maniobras "Maniobrame papi"

El playón de maniobras quedaba al lado de la estación, que quedaba en las afueras del pueblo, que quedaba en un rincón olvidado de la provincia.

Ahí mismo, un galpón venido a menos, ante el desuso ferroviario, albergó copas de poco monto y sexo sucio y frío.

Nadie en el pueblo lo ignoraba. Muchos hombres, claro, tenían conocimiento directo del asunto. Pronto, esta situación fue aplicable también a los pueblos vecinos.

Escuché a un hombre grande decir que hubiera preferido la vida al revés: de joven el burdel y de viejo tener un tren que ir a saludar.

Un día llegó una patrulla de salubridad y cruzó fajas en las puertas precarias. Fue la comidilla del pueblo.

Cuentan que un abogado se presentó ante el juez y planteó una nulidad (cuestiones de forma). Dicen también que deslizó como al pasar que evaluaba recusarlo y ofrecerlo como testigo; que había información acerca de alguna presencia suya en el lugar.

Pocos días después, el juez constató que el procedimiento estaba viciado de nulidad. Todo volvió a la normalidad.

viernes, 2 de julio de 2010

Clonados

El tren brinda algunas satisfacciones.

Por un lado, las satisfacciones inherentes al servicio, o sea, el transporte ágil para muchas personas, sin embotellamientos, ni frenadas constantes, etc.

Por otro, satisfacciones del orden del realismo mágico. Hay varias, pero hoy me detendré en un fenómeno que he verificado en más de una ocasión. Se trata de “los clones de los famosos mediocres”.

De golpe, en una estación intrascendente sube un tipo (o mina) que, es evidente, responde al mismo patrón genético que alguno de esos tipos (o minas) mediocres, que deambulan por canales de televisión, obteniendo réditos que los ponen en autos lujosos y no en vagones desvencijados. No me refiero a tipos talentosos, artistas de fuste, etc. Siempre son mediocres que, por fortuna, cayeron parados en la ruleta de la vida.

He visto a un Marley (el local, claro) vencido por el día, con un dolor de cabeza interminable, retornando a una casa en la que le espera un escritorio y una luz de lámpara para seguir leyendo el bibliorato que se llevó de la oficina. En alguna otra ocasión vi a un Jacobo, todo transpirado, putear porque un punguista quiso meter la mano en su bolsillo —insulta igual (es igual aunque más vaqueteado), pero sin cámaras que lo filmen—. Vi un Ventura recibir un cachetazo por aproximarse demasiado a una dama. Una Francese frustrada por el nuevo aplazo en la previa que le quedó (literatura).

¿Realidades paralelas? ¿Justicia cósmica en curso? ¿Es vil catalogar estas experiencias como “satisfacción”? Lo único cierto es que, si prestás atención, los ves.