miércoles, 16 de noviembre de 2011

Kiosco FMI

He visto en estos años crecer el asentamiento, acercarse a la vía, al punto de que algunas ventanas reciben el viento originado en el paso de los vagones.



Durante años levanté la vista de mis libros, para satisfacer la curiosidad de conocer un mundo tan cercano geográficamente, y tan ajeno.



Supe que la chica que vivía en la casilla con techo de chapas naranjas -¿de dónde las habrá sacado?- se llama Emilia, desde que hizo de su cuarto un kiosco: el “Kiosco Emi”.



No pocas veces me angustié al ver a chicos corriendo en algún playón, jugando y riéndose. Qué contradicción ponerme triste al verlos contentos.



Es que no podía dejar de pensar que ese rato es una isla en un mar de hambre, enfermedades prevenibles y violencia, y que en el horizonte hay un futuro pobre.



También es curioso angustiarse por un hipotético futuro pobre de otros, cuando mi presente de bienestar material, es una suma de desdichas.



Hoy me llevé una sorpresa, al ver que la pared de la casa donde funciona el kiosco había tenido algunos retoques de pintura. La leyenda de letras negras que promocioanaba el kiosco seguía ahí, pero quizá por un exceso de brocha gorda, o quizá por una política de expansión y diversificación de actividades de los organismos multilaterales de crédito, el frente de la casilla de techo de chapas naranjas da cuenta de que, ahora, el establecimiento se llama “Kiosco FMI”.



¿O será que muestran con orgullo las obras que sus políticas contribuyeron a construir?

viernes, 4 de noviembre de 2011

aprendiendo a contar

-UN café



y 2 medialunas.



-La promo con 3 cuesta lo mismo, me aclaró el mozo.



Dudé unos 4 segundos y acepté.



Lo terminé en 5 minutitos (así chiquitos, apurados) y quedé atragantado…



… y culposo por la nueva contribución a los 6, 7, 8 —quién sabe cuántos exactamente— kilos de más.



Era un 9 de julio,



y a las 10 de la mañana



la plaza ONCE parecía un desierto.



Salí del bar y tomé el Sarmiento y al ritmo del tren leí el Página 12,



sólo por 13 minutos, que es lo que tardó en llegar a Flores.



Hacía 14 años que no volvía al barrio de mi primera novia.



La conocí cuando tenía 15,



pero me hizo esperar hasta los 16.



Ya no vive en la casona de Terrada 17,



la vendieron como terreno y ahora hay un edificio de 18 pisos (con amenities).



Nos sentamos en un banco de la plaza: me cuenta que su hermanito chiquito ya tiene 19 ¡cómo pasa el tiempo!



Resistí 20 minutos de escucha y fui al grano:



-facebook es el facilitador sexual del siglo XXI, le dije, haciendo evidente mis intenciones.



¿Estás loco? me contestó; y por eso, ahora estoy en esta inmunda casa de juegos de Flores apostándole al 22.



Aquí freno con este ejercicio tonto; quizá hubiera sido más apasionante un final con 69, pero no se contar tanto.