lunes, 28 de diciembre de 2009

Extrañar

Extraño las noches que pasaba con amigos, tirados por ahí, en una quinta, una terraza, un patio, o sentados en el cordón de la vereda.

Extraño las preguntas que, mirando el cielo, nos hacíamos. Preguntas genuinas y torpes, sobre el cosmos, sobre el tiempo, sobre la evolución, sobre un eventual inicio.

Extraño la sensación, fomentada por algún vino barato, de estar a un segundo de comprender algo, algo trascendente. Justo en esos momentos, la conversación derivaba hacia otros temas, en general las tetas de alguna compañerita de curso.

Para finales del verano de 2003, quizá en el último encuentro sin apuros -sin necesidad de volver a algún lado-, y cuando ya no compartíamos curso, uno de mis amigos tiró: -¿sabés de qué murió Dolly [oveja clonada en 1996 y, para ese momento, recientemente fallecida]? Y ante el silencio agregó: -de vieja.

Lo que dijo mi amigo es discutible. El tipo de ovejas del que Dolly formaba parte tiene, como expectativa de vida, 12 años. Dolly murió con sólo 6 años, por una enfermedad progresiva pulmonar causada por un retrovirus, cuyo avance, según algunos científicos, se vio favorecido por el hecho de que haya sido un animal clonado. Otros, en cambio, destacan que no hay evidencia de esto último.

Más allá de esto, lo cierto es que Dolly tuvo origen en una célula que nació con adn viejo, todito igual al de su madre. No hubo fecundación, esto es, no hubo espermatozoide entrando en ovocito para crear, con base en su información y la del receptor, una célula fresca con adn nuevo.

Esas células frescas que teníamos cuando tomábamos ese vino barato y que hoy lucen otros.

Hace poco subí al tren, y había un grupo de adolescentes que, ya sin clases, iban a alguna quinta.
Hablaron –gritaron- con igual seriedad, de las vedettes de moda, de dios –y de su ausencia-, de la píldora de los cinco días después, del big bang, de Clarín y el gobierno, de Banfield. Uno dijo que los seres humanos del futuro no tendrían dedo meñique y otro acotó que habría que adaptar la canción infantil que termina cuando se zamarrea el dedo pulgar al grito de “este pícaro gordito se lo comió”. Otro sugirió, y me pareció acertado, quitar la parte que dice “este le puso sal”, con ello se llegaría a buen final y, paralelamente, se estarían evitando hipertensos. Me tuve que bajar, llegué a escuchar que comenzaban a hablar de las tetas de las compañeritas.

Me hicieron extrañar.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Embarazo múltiple

Calor, vagones cargados, gente y bolsas.

El tren se detiene, nadie baja, suben varios.

Se escucha una voz:

- a ver si un caballero le da el asiento a esta chica que está embarazada.

Hay un ruido en ese sector (se lo debemos atribuir al movimiento del caballero cedente y al inverso de la embarazada sentante).

Todo sigue igual, los rozamientos están a la orden del día.

Se escucha otra voz:

- a ver si los caballeros le dan el asiento a las damas, que a esta altura están todas embarazadas.

lunes, 21 de diciembre de 2009

jumping

Su madre entró al cuarto, una fracción de segundo antes de que la autorización del médico terminara de ser conferida. Comenzó a llorar —mejor dicho, retomó el llanto— ni bien lo vio, todo roto. Siquiera notó que él la saludó en inglés.

Él es Maximiliano, tiene diecisiete años y, contra los tempranos pronósticos que se habían formulado, resultó un aplicado alumno del colegio de su barrio. Eso, por las mañanas.

Por las tardes alterna fútbol e inglés. Así conoció a Emilse, su profesora, que lo dobla en edad.

A sus 17 años, Maxi tiene por el inglés un interés que excede el académico. Su profesora lo nota y lo estimula.

Para ir a la charla informativa sobre la carrera de traductorado tomó el San Martín, se bajó en Retiro y caminó unas cuadras. Tenía un vago recuerdo de la zona, muy vago, no iba nunca al centro.

Para la vuelta corrió un poco, no quería atrasarse mucho y si bien no era un viaje largo, estaba con el tiempo justo.

Cinco y cinco estaría llegando a la estación y entraría a clase sólo diez minutos tarde. Estaba seguro que al llegar vería un guiño en el rostro de la teacher que, ya sin ropa, sería la imagen favorita de esa noche.

El tren se detuvo en Palermo primero y luego en Chacarita. Ya eran las cinco y un minuto.

Maxi se aproximó a la puerta más cercana, que , como todas las de ese tren, estaba abierta. La formación pasó por La Paternal en el horario previsto, pero no se detuvo.

Maxi se descolocó, preguntó, le dijeron que era el semirrapido (pasaría varias más sin parar, pero en Hurlingham podría bajar, pagar la multa ¡qué multa! y tomarse otro de vuelta). Maxi no dudó, el tren no iba tan rápido y él era agil, y pegó un salto.

martes, 15 de diciembre de 2009

El respeto por la cola

Llegar a Retiro a las siete de la tarde, para abordar un Mitre que aún no está en su plataforma (sea éste Tigre, Mitre propiamente, o Suárez) depara una curiosidad digna de mención.

Es que, en ese contexto, puede observarse una línea de personas, que forma un ángulo de 45º (o 135, según cómo se vea) con la línea que limita el anden del hueco de las vías. Esa fila recuerda a la que formaban los alumnos de las escuelas municipales dirigidas por esposas de militares.

Es claro, sólo los primeros 10 o 12 de cada fila —iniciada en las marcas pintadas sobre el andén que anuncian que justo allí estacionará una puerta de vagón— tendrá un asiento disponible.

No deja de asombrarme el respeto que se tiene por esa formación humana: se cumple y se hace cumplir. Hay que ver la reacción que tiene lugar cuando alguien intenta ingresar al vagón adelantándose a quienes esperan alineados; un amigo me contó que, en una ocasión, el colado se sentó y lo hicieron dejar el asiento y viajar parado. Comandó el recupero una señora de unos sesenta años, de piel muy blanca, y acento extranjero, que mi amigo supuso alemana, lo que dio por hecho cuando la vio bajar en Villa Ballester.

El otro día me puse a mirar a los compañeros de fila, advertí un tipo que, minutos antes, había saltado el molinete para no pagar su boleto, una chica que esperaba escuchando música pirateada, un pequeño evasor impositivo, una fulana que, de seguro, cruza la calle a mitad de cuadra, un ñoqui de la Municipalidad, un tipo que colocó en su auto un trapito que le tapa la patente, un adolescente que chipea con gran habilidad consolas de videojuegos, un conocedor de cuevas donde venden artículos de contrabando, un gilazo hablando giladas por un celular robado y reinsertado al mercado, un oficinista que exagera gastos de caja chica con habilidad grande, un pasador de quiniela clandestina, luego no me quise mirar. Eso sí, todos respetábamos la cola, nuestro último refugio de legalidad.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Las vías

Recorren juntas todo el camino,
y soportan, por igual, el peso que las oprime.
Pero no se tocan.

Las encandila el sol y el frío las contrae,
a las dos, en un mismo tiempo.
Pero no se tocan.

Vidas paralelas,
de oxímoron inevitable por cercana lejanía.

Saben ser, a la vez, escenario de juegos de chicos,
y de muertes trágicas.

Saben ser el camino,
la delimitación de un cauce infranqueable.

Pero encerradas en una trampa geométrica,
no saben tocarse.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El extraño caso de la caja del kohinoor

Las 8 y pico de la mañana, un día de semana, es un horario difícil para subir a un tren con destino al Centro.

Esperar que bajen algunas señoras que se toman toda una vida para dar el paso que las lleve al andén y resistir estoicos los empujones (y otros contactos menos honestos) de quienes están atrás nuestro, son sólo algunas de las peripecias para atravesar con éxito esa ardua empresa matutina.

Cuentan en un ramal con cabecera en Retiro que el otro día sucedió algo que no registra parangón: en plena hora pico una chica subió al tren con una caja de cartón que en sus laterales tenía dibujado un secarropa y decía con todo orgullo “kohinoor”, que aunque sea chiquitín (sus medidas, para la versión estándar —capacidad 4,2 kg y 2800 RPM— son de 56.8cm de altura y 35cm de diámetro) parece gigante en un tren repleto.

Cuentan también que, como no le quedaba otra, la chica subió la caja del secarropas a su cabeza y la llevaba cual lecherita en su fábula.

Algunos refieren que le pegó en la cara a un chico trajeado con uno de los vértices del cubo de cartón y que pidió disculpas dándose vuelta, con lo cual replicó el golpe en otros rostros frente a los que —para no terminar golpeando a todo el tren— desistió de disculparse.

Dicen también que en un momento se le acalambró el brazo con que sostenía la caja y pidió que se la tuvieran unos instantes, en los que cambió su diestra hábil pero dormida, por una zurda dispuesta…
Tantos días seguidos de lluvia... es imprescindible secar la ropa a como de lugar.

martes, 24 de noviembre de 2009

Renunció Maradona

Fuera de mi rutina, llegué a Retiro pasado el mediodía. Los rayos de luz ingresaban al hall con una verticalidad desconocida. Había mucha menos gente que por las mañanas y todo parecía en letargo. Coherentes con el medio, los repartidores de diarios “a voluntaaa” permanecían ocultos. Salvo uno que con su grito rompía el clima de siesta, aunque, para su desgracia, no encontraba voluntarios. Harto de nada, cambió su cantito: “renunció Maradona a la seleciooooón”. Probó, a pequeña escala, la eficacia de las estafas comunicacionales.

martes, 17 de noviembre de 2009

Gay traindly


Llego a Retiro extenuado, fue un día salvaje en una semana que está siendo salvaje.
Mis ojos se disponen a sufrir para enfocar en el viejo tablero, y conocer así la plataforma a la que dirigirme.
Pero una imagen, propia de la tv, me encandila. Dos fulanos se besan. Llevan una noble, pero grotesca, cinta roja al cuello. El “videograph” o “zócalo” da cuenta de que son la primera pareja gay que podrá contraer matrimonio en Latinoamérica.
Me resigno a cruzar los molinetes sin saber a dónde ir, lo tendré que averiguar ahí mismo. No es algo difícil.
Veo un tren que está a punto de salir, la gente corre para alcanzarlo antes de que cierre las puertas. Yo soy parte de esa gente.
Corro y pienso en el viejo letrero que ya no está, que fue cambiado por esta pantalla gigante. ¿Por qué?, ¿Quién se lo llevó? En mi carrera me adelanto a dos mujeres que caminan con parsimonia y escucho:
-ahora que legalizan el matrimonio gay, ¿cómo se va a reproducir el ser humano, eh? (el “eh”, fue bien agudo).
No acredito lo que escucho; un impulso hace que disminuya la velocidad y gire sobre mí parar mirar a la mujer en cuestión. Tendría unos cincuenta años -quizá un poco más-, e iba con una chica de unos veintipoco que empujaba un cochecito doble, con un bebé por asiento (que, evidentemente, sabía la respuesta).
Retomo mi camino, y acelero, ahora pensando en la estupidez humana. Por suerte llegué al tren.

jueves, 12 de noviembre de 2009

El rebote del tren

.
.
Allí, el durmiente último.
El hierro que, en abrupto final, termina el camino.
El mismo durmiente que ahora es primero.
El abrupto final, que ahora es partida.
Allí, en el mismo sitio, la muerte y el nacimiento.
.
.

viernes, 6 de noviembre de 2009

No, claramente!


Las células motoras de los gusanos subterráneos habían decidido no moverlos, para presionar en su pelea por desplazar a las células grasas, que actualmente tienen mejor llegada a la mano que maneja la billetera.

La cuestión es que había paro de subtes y yo pronosticaba un viaje en tren hipercargado de resentidos pasajeros del under. Pero, como tantas otras veces, me equivoqué groseramente.

La calle estaba bastante vacía, los andenes también y adentro del vagón en el que me instalé, había, incluso, menos gente que de costumbre.

Mayoría de chicas jóvenes, alta proporción de pelados y, parada, a mi izquierda, una mujer que llevaba bien, pese a su corte “raúlito”, el medio siglo de vida sobre esta esfera azul.

Leía un texto, impreso en hoja A4, que marcaba con lápiz. Llegué a chusmear algo; decía: “Hermenegildo Zegna” —un diseñador, creo ya muerto, de artículos de lujo: el lujo es vulgaridad, dijo, y me conquistó— y también “Oasis Zegna” —que no se qué será—.

La cuestión es que en la primera estación se bajó del tren otra mujer, que había estado sentada justo a la altura de la lectora de Zegna. Esta última —después supe— bajaría en la segunda estación, y no se inmutó ante la vacante. Siguió en su lectura como si nada, desaprovechando el asiento. Yo tampoco me inmuté, me bajo en la tercera, no valía la pena.

Entonces, tras unos diez segundos, asomó un flaco, larguirucho, con cara de Patoruzito, de unos veintipocos, bien prolijo, con chomba dentro del pantalón, y le dijo a la lectora de Zegna

- ¿no te sentás?

La indignación de la lectora afloró en su cara, estuvo a punto de resoplar; luego, con tono soberbio, algo cristinezco, dijo

- NO, CLARAMENTE!

Esa reacción hizo que me pusiera inmediatamente del lado del pibe; por más que era evidente que Zegna’s reader no se iba a sentar, de algún modo había que pedirle permiso, no era muy distinto decir “permiso” que “¿no te sentás?”…

Pasando la segunda estación, me fui hacia la puerta, esperando llegar a destino. Instantes después, recibo dos mochilazos en la espalda, me doy vuelta y es Patoruzito acomodándose para salir. Lo miro con cara de lectora de Zegna y el muy pelotudo dice:

- ¿bajás en la próxima?

- SÍ, CLARAMENTE!

martes, 3 de noviembre de 2009

El tren del dinero



Cada tanto alguna experiencia curiosa alteraba la rutina de Rafael. Su vida de estudiante favorecía las chances de que esto ocurriera. Solía huir por varias horas de la casa de su madre y se instalaba en bibliotecas públicas y bares. Eso daba lugar a algunos cruces de palabras con terceros y, se sabe, las palabras conducen a más palabras y, en ocasiones, incluso, a gritos y susurros.

Así dio con Laura, que, como él, alternaba lectura con conversaciones.

Laura era del interior, la cuarta hija de un padre con más vacas que vástagos, con el que había cortado diálogo.

Eso la llevó del departamento familiar en Buenos Aires, a una casa venida a menos, alquilada por dos amigas suyas, frente a las vías del Roca, a la que debería empezar a contribuir.

Un día, mientras Laura fumaba un cigarrillo, y sus amigas se habían juntado para pensar como decirle que además de aportar al alquiler debía tratar de gritar un poco menos (sobre todo, teniendo en cuenta que ellas estaban pasando por un momento de sequía sonora), Rafael se había quedado mirando por la ventana del cuarto.

Descubrió una formación oscura, con ventanillas enrejadas, perros-hienas y guardias estilo comando, que se detenía en la estación –cuya visual alcanzaba-. Ahí recogían unas bolsas que, estaba claro, eran las sacas de la recaudación.

Con los días, fueron constatando que ello sólo ocurría los viernes, puntualmente, a las 02:09 AM (es evidente que llevan la recaudación de cada una de las estaciones hasta algún tesoro de la terminal). Rafael recordó que alguna vez había escuchado hablar del tren del dinero.

Ahora tienen un plan: como no podrían con los perros-hiena y los guardias-comando, harán descarrilar el tren unos trescientos metros antes de la estación, e irán sólo por la recaudación semanal de esa parada. No hay nada de gente por la zona a esa hora, el acceso a la estación es fácilmente vulnerable, en el lugar hay un solo guardia, bastarán unas réplicas de armas medianamente creíbles… confían en el éxito.

Después dividirán el botín en mitades iguales y si te he visto no me acuerdo. Al fin y al cabo, hoy ya casi no levantan el volumen juntos y sólo los une la ambición.

sábado, 17 de octubre de 2009

mi casa

El hierro era viga trunca

y el jazmín lo trepaba.

El hierro era esqueleto

que proyectaba su sombra en el día

y era todo sombra en la noche.

Un índice pequeño,

rodeado de estampitas mil veces repartidas,

lo apuntaba desde de la formación en movimiento.

Es mi casa.

Es mi nada.

viernes, 16 de octubre de 2009

vértigo ilustrado

http://www.youtube.com/watch?v=gzsgQ8ArIKk

Creo haber detectado que el verdadero autor de las líneas que mi amigo-primo se autoadjudica es el niño que estaba en ese cochecito...

viernes, 9 de octubre de 2009

vértigo prestado

Lo que sigue corresponde a un amigo (y primo). Me lo envió, inspirado tras leer este blog (que, al fin, parece haber servido para algo). Gracias Gus. Que lo disfruten.
Jamás me arrimo a la baranda de un balcón, ni al filo de un acantilado. Odio viajar en avión, subirme a una escalera y tomar vinos de altura. Elijo vivir en planta baja y si es posible viajar por tierra. Pero aún así, cada día me enfrento al vértigo. Imposible evitarlo: la distancia entre las vías y el andén es absurda. Deben ser dos o tres metros hasta la pared, cuando no me toca esperar cerca del quiosco de diarios, que está peligrosamente instalado. Un simple empujón sin querer, el codazo torpe de un extraño, un leve mareo que desvíe súbitamente mi marcha, una publicidad que necesite mayor perspectiva, un culo. Todo es lo mismo. A un lado, la vida, al otro, el foso con vigas de acero donde desfilan los trenes y las almas de los arrolladitos primavera. Cientos de veces me encontré planeando escapes por si llegase a caer al pequeño gran vacío. Particularmente elucubro cuando la suela se planta sobre esa línea de amarrillo universal que dice, en cualquier idioma: “de acá para allá podés estar piola, pero de acá para el otro lado, sonaste, y no digas que no te advertimos”. Conclusiones. Si a lo lejos se divisa la llegada de la formación, la opción es cinematográfica: consiste en dar una vuelta carnero invertida para retraerse justo debajo de la loza sobre la que han pintado la franja. Estoy casi seguro que el ruido sería ensordecedor y las ruedas se verían inquisidoras, pero una persona no demasiado gorda podría encontrar refugio. Hice dieta, y ahora creo estar fuera de riesgo de no caber. Mantenerme en forma me ayuda, pero tengo miedo a la electricidad. Y también a la oscuridad. Por eso me esmeré en cronometrar otras alternativas de escape. La otra noche emprendí la carrera desde mi ubicación habitual hasta el comienzo de la plataforma. Si sumo los 5 segundos entre que caigo y recupero la pose de velocista hasta que alcanzo la escalera con grandes zancadas de atleta tengo 19 segundos hasta alcanzar la escalera. Lo novedoso es que esto en lugar de tranquilizarme me ha alterado. Ahora se que me debato entre 19 segundos, una trinchera de guerra, o un destino de arrolladito primavera, aunque sea verano.Todavía sigo buscando soluciones a la inminencia del abismo, pero por el momento, si alguien parece desatendido pero de pronto se abalanza no se enojen. Soy yo, esperando el instante de menor riesgo para catapultarme con el hombro hacia el frente dentro del vagón

lunes, 5 de octubre de 2009

¿Mitre o Suárez?

Si usted está en Retiro y alguien, indeciso entre ingresar a un vagón o quedarse en el andén, se dirige a usted y le pregunta ¿Mitre o Suárez?, sepa que no está pretendiendo conocer si preferiere al vencedor de Pavón o a José León, jurista de principios de siglo pasado.

Sólo pretende saber (a falta de cartel electrónico, o pereza de mirarlo) si el tren en cuestión se corresponde con el ramal que lo acerca, y que comparte, en parte, vías con el otro.

¿Mitre o Suárez? es, sin duda, la pregunta más formulada en Retiro, por encima de cualquier otra que uno pueda imaginar.

Eso sí, a veces no es formulada de modo puro. Es el caso de quien ya tiene una presunción formada y busca confirmarla. Así, también se escucha mucho, directamente: ¿Suárez?, o bien: ¿Mitre?

El cordobés Jiménez es gracioso y sobrelleva con dignidad su estancia en Buenos Aires. Vive en la localidad de Florida, cerquita de la Capital, y toma el Mitre habitualmente, hace ya siete años.

Una tarde, seis y pico, se tentó y cuándo un tipo apurado le esputó un ¿Mitre?, solícito, extendiendo su brazo débil y con su mejor sonrisa dijo, “no, Jiménez”.

Su interlocutor venía de una semana pésima, tres cheques rechazados, la tapa de cilindros rota, un mensajito de texto a su secretaria que no estaba previsto que su mujer viera, una hija que amenazaba con marcharse junto al novio alemán y, cinco minutos atrás, un sorete de perro de la peor consistencia había ensuciado su zapato.

La respuesta fue automática, “Jiménez y la concha de tu madre”; coincidente con el “dre”, el sonido seco del cross de derecha al tabique del cordobés.

Luego, el servicio de tren suspendido por 35 minutos (según un mito, el reglamento prohíbe mover a quien tenga algún padecimiento de salud en un tren y debe esperarse que expertas manos paramédicas carguen a los dolientes), Jiménez recobrando la conciencia en una ambulancia del SAME, el agresor demorado, etc., etc.

jueves, 1 de octubre de 2009

21 de septiembre en 3 de febrero


En las inmediaciones de esa estación hay una diversidad considerable: un cuartel militar, un hipermercado, una medianera que los divide, una mezquita, una cancha de polo y algunas hectáreas verdes.

La estación es, habitualmente, un páramo, pero ese día había florecido de adolescentes y otros muchos que hace rato habían dejado de serlo, en un masivo –y algo violento- homenaje a Arriola.

Faltaba Andrés, para musicalizar (que más quisiera que vivir la vida entera, como estudiante el día de la primavera)

jueves, 24 de septiembre de 2009

Retrato de la Perfección


Hay, ahí, en esa entrada linkeada, una descripción (por cierto muy buena) del gol de Diego (no hace falta aclarar cual).

Ese gol tiene un único problema, cualquier relación con algún tren, que justifique su publicación en este medio, es forzada. Hay aquí, historias de trenes, no de goles. Podría decir, en un vano intento de justificar esta publicación, que Diego solía viajar de colado en tren desde y hacia Fiorito, haciendo de las monedas ahorradas una porción de pizza que calmaba parcialmente el hambre de los entrenamientos juveniles y que, por lo tanto, de algún modo, hay un tren oculto tras ese gol. Sería un absurdo.

Podría decir, simplemente, que leer a Agustín en el blog linkeado me hizo acordar a esto que hace mucho escribí y que gustó a uno de sus seguidores. También es un poco absurdo, pero bueno va igual esta crónica sobre un retrato de la perfección sin trenes a la vista.

RdP

Los retratos (las descripciones en general) pueden encararse desde distintos ángulos, resaltar diferentes aspectos y, desde luego, materializarse por medios diversos; así, una imagen o una descripción literaria, por mencionar dos de los más habituales.

Ahora bien, los retratos pueden exceder el rostro humano, pueden también exceder al cuerpo en su totalidad, y difundirse a nociones diversas sobre las cuales quiero detenerme. Me estoy refiriendo a los retratos de elementos abstractos.

En ellos la utilización de símbolos para hacer referencia al concepto subyacente aparece como requisito esencial. Valgan de ejemplo aquellos derretidos relojes de Dalí, o la representación, del mismo concepto, en los aletargados sonidos de la célebre canción Time de Pink Floyd.

Si bien los citados ejemplos se diferencian de la utilización de un medio distinto en su factura (imagen/sonido), en ambos continúa existiendo la relación sentido-símbolo. Siguiendo este concepto, pueden imaginarse innumerables retratos de elementos abstractos: de los sueños, de la templanza, de la valentía, de la inteligencia (sólo por nombrar algunos conceptos abstractos que el catálogo de valores oficiales enumeraría en primer término).

Pero pensé en la perfección, e inmediatamente me inundó la sensación de que este concepto era más difícil de atrapar en imágenes, en palabras o en sonidos. Si me pidieran que señalara algún retrato de la perfección, podría indicar las obras que mencioné. En definitiva, los mejores retratos de la perfección son retratos de otras cosas, pero hechos en forma genial, en los que la perfección se descubre bajo el velo de una descripción de cualquier otro concepto, para luego reivindicar esa obra como referente a ella, como un verdadero retrato de sí misma.

Pronto comprendí que la omnipotente perfección no se conformaría con ser mostrada exclusivamente a través de otro retrato; cualquier realización sublime del hombre es, además, un verdadero retrato de la perfección.

Yo fui testigo de uno de estos retratos. Aquél, como burla a quienes asocian la perfección con la solemnidad y a quienes la relacionan con ámbitos formales, elitistas y cerrados, se gestó ante la mirada atenta de millones de personas. Un número importante, pero pocas en relación al total (todo es relativo), estaban presentes; el resto, entre los que me cuento, lo vimos por TV.

El lugar, México; el contexto, la copa mundial de fútbol; la fecha, 1986 dc. Un jugador veloz, pero mucho más hábil aún, quebraba la cintura para dejar tres rivales en la partida de lo que sería su carrera hacia la gloria. Luego vendría la eterna corrida, diez segundos en los que el Diez, mediante sus hamaques y gambetas iría desparramando rivales —seis en total, número nada despreciable si se tiene en cuenta que un equipo totaliza once integrantes); diez segundos en los que el Diez fue perseguido por un contrincante que, pese a correr sin pelota, no pudo darle alcance.

Fue un dibujo perfecto, hecho por jugador y pelota, ambos conformaban un solo ser, eran inseparables, hasta que el clímax los separó por un segundo —el de la definición—, para volverlos a unir en el recuerdo de todos y para siempre.

Hasta aquí un gol de factura sublime… pero la perfección no olvida el entorno, se trataba, como dije, de una copa mundial de fútbol, esto es, el evento máximo de este deporte. Se producía, además, luego de que el mismo jugador, en ese mismo encuentro, había convertido otro gol, pero con la mano. Así, la perfección dejaba en un segundo plano a la picardía. Además, tiempo antes, el mismo jugador había realizado una jugada similar, en la que sólo falló al definir (mundial juvenil, Japón, 1979), demostrando la perfección que está más allá de los hombres que le sirven. Paradoja final, las víctimas de ese gol fueron quienes acunaron la palabra fútbol y dieron a este juego su fisonomía moderna.

En definitiva, esta es la historia de un retrato de la perfección hecho por el más grande jugador de fútbol de todos los tiempos, con sus movimientos armónicos, con su zurda mágica, y con el mundo —desde entonces, definitivamente a sus pies— adorándolo. Un mundo que se olvidó que es un hombre, y lo confundió con la perfección misma.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Trencito electrónico


Buenos Aires era, entonces, una ciudad semivacía. Durante el día mostraba, como principal actividad, el golpeteo constante y tedioso de cacharros en manos de ahorristas autoconvocados contra blindajes de sucursales bancarias que, desde fuera, daban la imagen de obra en construcción, mérito de las vallas tras las que se disimulaban.

El sonido metálico de ese choque perverso ahuyentaba y obligaba a recluirse en bares lacónicos que sólo permitían una evasión parcial, porque indefectiblemente los casuales interlocutores retrotraían al tema único una y otra vez.

Las noches permitían algún respiro entre los resabios de la década pasada. La desgracia de ser joven obligaba a explorar. Se llegaba a sitios que, seguramente por falta de habilitación, también se ocultaban para el afuera, como los bancos.

Tras una puerta de casa venida a menos, un sitio de reunión que cobraba una entrada y ofrecía a cambio música, tragos, etc. Pasaba música electrónica y, consecuentemente, permitía ver mucha gente aguamineralizada rebotar sobre sí misma.

De algún modo logré iniciar un trencito. Me refiero a la típica circulación humana, con pretensión de baile, donde la formación conoce de manos que rodean la cintura del vagón precedente. Tan solidaria integración de los miembros más heterogéneos de un evento, suele ser vista en casamientos y celebraciones de similar calaña.

Fue un éxito. Creo que un sexto de la concurrencia se vio involucrado. Desde ahí, me considero, no sin cierto orgullo, el inventor del trencito electrónico.

Pero hubo intolerancia. Las miradas de la organización no fueron amistosas. Esta visto, los trenes no son siempre queridos. Nos retiramos (era una época en la que había que pacificar). Eso sí, al atravesar el disimulado ingreso (ahora en franco egreso) no nos privamos de insultarlos: “-banqueros!”

jueves, 17 de septiembre de 2009

El beso torpe


Retiro. 09.20 AM. El gusano termina su recorrido y miles de larvas emergen de su caparazón metálica. El camino habitual muestra poco, una aglomeración de potenciales descuidistas en tránsito homogéneo. A lo sumo, un descomunal culo de tapa, roba algún segundo de atención al cruzar frente a un kiosco de revistas. El camino de ese día mostró algo más. Eran dos brazos de hombre grande moviéndose impunes, pero incómodos, en la espalda de ella, también mayor. Sus cabezas se unían por las bocas y también por las narices y las orejas. Había poco entrenamiento, mucho olvido. Estaban fuera de tiempo, por edad y horario. La imagen chocaba a la visual de las larvas en edad productiva, que se corrían ligeramente, buscando pasar unos centímetros más lejos del espectáculo. La columna de un amor brujo sostenía ahora un amor viejo. Dos ancianos desentrenados besándose torpemente, en busca del tiempo perdido.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Otro Happening



(El recuerdo estaba latente, leer nubedeagua.blogspot.com lo trajo a la conciencia)

Ocurrió un día como hoy (escribo esto un viernes, por eso digo “un día como hoy”). Pero bien visto, ese día era muy distinto al de hoy. Ese día fue un día climatológicamente estándar, con una luminosidad buena, sin lluvia, (ah, y con fútbol a las 21:15). Hoy, en cambio, la lluvia más violenta y el sol alternan el dominio del cielo, y hay fútbol a toda hora y en todas las pantallas, pero no juega river —así, con minúsculas, está bien; ese equipo es cada vez más minúsculo—.

Ese día sí jugaba river, y yo lo sabía. Para colmo, debía tomar el Mitre ramal Tigre (no iba a casa). En ese ramal, cuando hay partido en el monumental —minúscula, está bien— suben unos cuantos hinchas que, por supuesto, hacen la previa en el vagón.

El hecho de que faltaran unas dos horitas para el partido hizo que la proporción de hinchas caracterizados sobre el total de la población transportada sea baja. Pero unos pocos pueden mucho.

Volvamos a la previa de los hinchas. En esa previa a 50 km/h se tomó de todo. Y, como si hubiera hecho falta, los muchachos lo iban cantando “… todos de la cabeza y tomando vino…”, el tetra y el porro no sorprendían, creo, a nadie.

Sí me sorprendió cuando uno de ellos reclamó al gordo “un papel”. El gordo obediente metió su mano en un bolsillo y tomó un puñado de papeles, unos cuatro digamos. El otro fijó su mirada y dijo, -“falta uno”.

Recién habíamos pasado Lisandro de la Torre -faltaban dos hasta Nuñez (buah, mayúscula), donde bajarían y una más hasta mi destino, Rivadavia- y la pelea subió de tono. El gordo era sistemáticamente amenazado.

-“que aparezca el papel, Gordo, o sos boleta".

La voluntad de participar a terceros ya se había manifestado antes. Hasta ahí, un piropo a alguna chica que no lo merecía. Un -“eh, ¿qué pasa que no cantan?, ¿son todos de Boca acá?” (parecía haber algo de necesidad en tratar con quienes tienen un mundo distinto, de boletos pagos), y de nuevo a golpear el techo y a cantar “vamo vamo lo millo…”.

Pero la interacción con el resto tuvo un punto cúlmine cuando el líder le habló a una señora (algo “pro”, podría decirse, robándole adjetivos a flor o a Macri —en cuyo caso tendría 100 años de perdón—) que se disponía a bajar en Belgrano C y se acercó a la puerta en la que el grupo estaba.

- “eh señora, el gordo se ortivó un papel, dígale que lo devuelva

- “…” (sonrisa tímida, mirada a otros pasajeros con cara de ¿alguien hará algo por mi si…?).

- “eh, dígale” (lo que se repitió con cierta insistencia)

La señora pro no dijo nada, llegamos a Belgrano C. y bajó rapidito, no tuvo problemas para pasar. La pelea siguió en iguales términos hasta la siguiente estación; el gordo juraba que sacó todo lo que tenía, los otros juraban que la iba a pagar si no aparecía.

Estación Nuñez, se baja el grupito, se van cantando. Ni bien se cierran las puertas un par de pibes que venían juntos se agachan, recogen un objeto pequeño, de envoltorio plateado. Uno lo mira, lo abre levemente, lo toca con la punta de la lengua y dice –“uh, de esta hace bastante que no se conseguía”.

Pobre gordo, lo que habrá cobrado.

jueves, 27 de agosto de 2009

Don Jaime



Paty Jimenez era soltera, cincuentona, de cutis blanco y maquillaje ausente. Su carrera de locutora y su pertenencia a una familia de cierta llegada al poder le habían posibilitado, tiempo atrás, la conducción de algunos programas en televisión abierta. Hoy, tras un período mas o menos largo de ostracismo radial y voz en off para publicidades de yogurts, toallas femeninas y caldos para sopas, tenía su revancha televisiva.




Limón, conocido simplemente así, tenía, amén de ese curioso apodo, una familia tipo y un tipo a los que mantener, su edad era similar a la de Paty y, como ella, poseía un título de locutor y un pasado radial y televisivo de igual intrascendencia. Su voz era inconcientemente familiar, ya que había grabado decenas de publicidades para varios productos. Siempre de traje y corbata en sus apariciones, daba, al igual que Paty, un perfil propicio para el nuevo ciclo.




El nuevo ciclo era una operación de prensa. Un programa de interés general auspiciado por una de las empresas de caminos beneficiada por las últimas licitaciones, por las reiteradas autorizaciones ministeriales para el aumento de los peajes y, también, por el levantamiento del ferrocarril. Los noteros recorrían los pueblos, mostraban sus iglesias, sus museos, comían alguna cosa típica del lugar que siempre les parecía exquisita, y no olvidaban destacar lo bien que estaba el asfalto transitado desde la ciudad capital. En el piso, había algún show en vivo, un concurso (de nivel bachirellato nocturno) sobre historia nacional, y una entrevista (donde nos "ponemos serios"), a algún analista político o funcionario amigo. Nunca hubo espacio para los nuevos desempleados, las estaciones de ferrocarril abandonadas, ni se esbozo un análisis del costo de la interrupción del servicio de trenes.




El tercero en discordia, era don Jaime de Izurriaga y Valdobinos, el ministro de infraestructura, un soldado del presidente, amante por igual de los perros y la cocaína, cuya imagen estaba en caída libre desde que el ahorro prometido por el cierre de los ramales se había esfumado en onerosos e inservibles contratos que beneficiaron a sus amigos, y el costo de las comunicaciones había aumentado considerablemente. El presi, como era de dominio público, evaluaba sacrificar a su soldado incondicional, y a éste no había suficientes líneas que lo calmaran. Un asesor de imagen, que lo había sabido vender como el modernizador honesto que le iba a dar una nueva impronta al país, había pergeñado una nueva movida. Horario central de un día sin fútbol, un auspiciante que sostenía formalmente el programa, varios sobres desde el ministerio que lo sostenían realmente, y una única consigna: machacar y machacar -con cierto disimulo, claro- con la honestidad de don Jaime, con el mal que se le quiere hacer, presentando verdades como difamaciones originadas en quienes quieren su lugar para vaya a saber qué.




Todo seguía mal; el formato del programa, obsoleto y sin atractivo, no lograba levantar rating (era lógico), cuando la divina providencia dio una mano al ministro. Para la quinta emisión, según lo pautado, "don Jaime iría a contestar todo" (lo guionado). Para ese momento, los rumores de renuncia y la apertura de un expediente judicial para averiguar un presunto incremento injustificado de sus bienes generó gran expectativa. Además, la novela que arrasaba había terminado días antes y la competencia había repuesto por cuarta vez una serie que, si bien exitosa, por repetida, no le robaría ese día mucha audiencia a la comidilla politiquera.




Paty y Limón estaban algo nerviosos, sabían que era la oportunidad de lucirse, devolviéndole a don Jaime el brillo perdido, y seguir facturándole (o, en rigor, recibiendo dinero sin facturar a cambio). Pero también querían cuidarse, no ser obvios, de modo de seguir disponibles para idéntica función con los funcionarios de mañana.




Don Jaime estaba muy nervioso, sabía que la mala había llegado. Sabía también que pese a sus esfuerzos por seguir la consigna de esos "taraditos" que le decían como poner las manos, como mirar a cámara y demás, no tenía carisma. Que lo suyo era pensar a lo grande, diseñar, sacar números, ejecutar políticas. No tenía culpas, la modernización "tiene sus costos" solía decirse, y "era justo" que ganara lo que ganara, pese a que, por la hipocresía reinante no pudiera blanquearlo. Sus asesores no omitían recordarle que era conveniente callar esas cuestiones que tan vehementemente él les exponía. Que en su lugar debía hablar de lo que el Estado se ahorra al no subvencionar más los trenes y callar que todavía se gasta esa plata en mantener estructuras destinadas a la liquidación de las sociedades que explotaban los servicios. En su pautado reportaje debía decir que la plata ahorrada se usó en educación y salud, omitiendo decir que, mayormente, sirvió para el pago de carísimas consultorías, ejecutadas por amigos, sobre cuestiones intrascendentes. Debía hablarle a la cámara, no bajar la vista, jurar que no se enriqueció, decir como al pasar que es gente del común, contar que ama a los perros, y no olvidar enfatizar que quienes ya no tienen beneficios espurios buscan volver a conseguirlos y que para ello piden su cabeza.




El día del reportaje se fue del ministerio temprano, necesitaba estar un rato sólo, acariciar a Priscila, a Dragón, al Principe Adam. Tomar con ellos -aunque sólo un poco, como se había prometido.



Fue horrible. El Príncipe Adam, olfateó e inhaló, como todos. Al rato se agitó más de lo debido. Su sistema cardiaco no aguantó más. Don Jaime llamó a Cristina, su colaboradora. Ella llamó a puppy's assistance. La ambulancia llegó tarde. El Principe Adam había muerto. Hubo que encerrar a los otros perros en un cuarto, calmar a Don Jaime, vestirlo, darle café, un ansiolítico. Ya en el canal, lo maquillaron, le recordaron su discurso, le dijeron que luego descansaría.




Se vio un informe sobre el museo del queso. El cronista recordó que la ruta pronto será de doble carril y omitió cualquier mención sobre la pobre señalización que les hizo hacer, entre exceso y retorno, ciento doce quilómetros de más. Luego el piso. Las luces se encendieron con todo su poder. Hacía calor. Limón lo presentó. Hablaron. A los pocos minutos de repasar logros y beneficios, don Jaime habló de combatir la pobreza, de los esfuerzos por mejorar salud y educación -usaba las palabras previstas-, recordó su infancia pobre y su pertenencia a esa gente, dijo trabajar para ellos. Pero era un automatismo, su mente estaba detenida en el Príncipe Adam, en su último suspiro, en sus ojos del adiós, tiernos e inyectados, mirándolo, diciéndole algo indescifrable. Don Jaime, entonces, se quebró y lloró, no pudo seguir. Se percibió un dolor genuino. Paty le agradeció haber venido y su sincera emoción. Limón subrayó que lo esencial había sido dicho, y que no había que especular sobre el futuro del Ministro, que eso sería materia conocida con el correr del tiempo.




Comenzaron a llegar mensajes que destacaron la humanidad del ministro. El presidente suspendió unos días su remoción y encargó una encuesta que demostró que la gente había vuelto a estimar a don Jaime. Al ministro le dieron más soga. Se dice en los pasillos de su cartera: "hay para un par de meses, es necesario emprolijar las cosas". Luego, según especulan, le darán a don Jaime alguna embajada.




El Príncipe Adam tuvo funeral y un pequeño aviso en los obituarios. Priscila y Dragón tienen un nuevo hermanito, Mr. Lemon. El próximo mes se discontinúan otros cuatro servicios semanales al Estado del que el ministro es oriundo.





miércoles, 12 de agosto de 2009

Visto en momentocucaracha


El tren sacudía su pesada estructura y sus neuronas se sacudían al compás del entorno. El hierro de las vías rechinaba, su cerebro —aunque en silencio— también. Ya había anochecido; en su mente, en cambio, nunca aclaró.


Yo llevaba bufanda que tapaba buena parte de mi cara, quizá por eso no me habló. Él llevaba una armónica, pero no tocó. Sí habló, a otros pasajeros, y habló mucho. Con voz fuerte, con dicción difícil, con trato áspero, con incoherencia manifiesta, tratando de confirmar el rumbo del tren.


En un principio sus interlocutores y el resto queríamos negar. Indicar por tercera vez que era el ramal Mitre, aclarar que para Saavedra faltaban cuatro estaciones -conforme ya había sido suficientemente aclarado-, no quería ser visto como un indicador. Su voz tosca, excesivamente elevada, tampoco.


Pero negar fue en vano, como con la chica de Alfie, la verdad se volvió evidente. Todo lo lindo lo tenía de loco. Su cerebro no funcionaba del modo en el que lo hacía el de los demás pasajeros. Su mundo era otro, y no habia tren que lo trajera a éste.


Es extraño cómo operan algunos resortes de la pena. Tengo la certeza de que, por ser un tipo lindo, su realidad, a sus ocasionales compañeros de vagón, nos dolió más que la de otros locos, cuyo tránsito resulta indiferente.


Todos hubiésemos querido otro destino para nuestro loco: el de un galancito o futbolista (hoy son lo mismo), casado con una modelo y frencuentador de otras tantas; el de un doctor al que sus colegas envidian y sus clientes pagan honorarios  abultados, que contienen un plus por su imagen; quien sabe, el de un vendedor de ropa de medio pelo en un shopping de barrio con pretensiones.


Es curioso que su locura nos doliera mas que la locura del loco medio, solo porque este era lindo. Por el desperdicio de la naturaleza, por el error de diseño.


Me bajé del tren, faltaban tres para llegar a Saavedra, él lo seguia preguntando. No volví a saber de él, hasta que me pareció identificarlo en 

http://momentocucaracha.blogspot.com/2009/06/trenes-retiro.html, será?

viernes, 7 de agosto de 2009

by Facu

He recibido información valiosa, para todo aquel que quiera, una mañana de éstas, perderse por el noroeste del conurbano. Se las transmito:

San Martin tiene la pretension de cabeza de Partido. Una peatonal a loMiserere que termina en la plaza con la Municipalidad.

En esto remeda a los pequeños pueblos de la provincia, todo está hechopara ir de un lugar a otro, para hacer tramites antes de la siesta, espura economia de recursos.

San Andres está hecho para perderse, para el derroche, es pura pérdida.

De un lado de la estacion tenés una pequeña plaza con juegos para chicos de la que de desprenden callecitas adoquinadas, de las pocas en el Partido.

Al otro lado está el Golf Club. Se usaba para fumar porro, nunca vi a nadie jugando, ni uno de esos carritos, ni un caddie, ni nada.

Hay una callecita, como un pasaje, que sale desde una plaza junto al Golfal jardin de infantes al que iba, se llamaba Osias el Osito.

El Golf -nunca pude entender que hacia un Golf en San Martin- oculta tras su frondosa arboleda un complejo de monoblocks peronistas de ventanitas rotas, ropa colgada y rastrojeros. Desde la estacion no los ves, tenés querodearlo todo y de golpe aparecen. El denominado Barrio Ingles sí está a la vista, of course, con su Iglesia y sus colegios privados.

En San Andres no hay nada para hacer salvo caminar. Lo cual no es poco para un lunes a la mañana. Una mañana desandamos el camino desde Retiro, 35 minutos de vapor tibio hasta llegar. Y nos comemos un pancho sentados en los bancos de la plaza, ridiculos señores con traje un lunes al sol.

Una mañana lo hacemos, una mañana lo hacemos, una mañana de estas....

martes, 4 de agosto de 2009

El “casi” lo arruina todo*


El tren de cinco vagones, entra al andén nro. 4 de la Estación Retiro del Mitre.

Algunos guardan sus libros o diarios que antes, entre hombros desconocidos, fueron abiertos con dificultad. Los hombros pertenecen a personas que, sin lectura a mano, relojearon el texto ajeno.

Alguien habrá leído algunos pocos párrafos del Nietzsche de un estudiante secundario, fotocopiado en baja calidad, a 15 centavos la carilla. Esas pocas líneas bastarán para causarle pesadillas esta noche.

En la entrada al andén, muchos apagan sus teléfonos móviles y otros aprestan su pasaje que, en el tumulto de los molinetes, casi con seguridad, no le será reclamado.

Todos aspiramos, por última vez en la mañana, el aire caliente del vagón, transportado desde varios kilómetros y saturado de dióxido de carbono residual.

Entonces veo, desde adentro del fenómeno, el éxodo del tren. Nos tocamos, nos empujamos levemente, una señora se enoja y bufa.

Ahora se respira un aire más frío, de lunes a cielo abierto.

Todos emprenden, como si nada hubiera pasado, un camino tan conocido como indoloro.

A mi me cuesta más, me duele. El aire tibio no me anestesió y el frío no me dio energías nuevas.
La atmósfera densa del inicio de la semana se ensaña conmigo y me aplasta un poco, me aturde, me invita a volver al vagón.

Los gemelos se me acalambran ligeramente, la vista se me nubla —exigiendo un pequeño esfuerzo para enfocar la nueva realidad—, y entre los ojos aparece una puntada muy suave. Todo es ligero, tenue, casi imperceptible… pero el “casi” lo arruina todo.

Pienso en quedarme en la formación que me trajo, con su aire aun tibio. Es que, con igual dirección y sentido contrario, partirá en breve, digamos que en siete minutos. Quince minutos más y el trayecto estaría desandado y entonces surgiría la inquietud irrenunciable de ver para el otro lado, fugar hacia San Martín o San Andrés, ¿cómo sería esa mañana de santos desconocidos? Y más aún, ¿cómo sería el después?...
Cuando llego a este punto de la elucubración, reconozco la puerta de entrada de la oficina. La luz de tubo del hall borra el último vestigio del pensamiento que viene gestándose. El ascensor metálico se abre y se cierra en tantos pisos como pasajeros de distintas firmas hay en su interior, y mi ventana me muestra, con nitidez, impidiéndome perder el agobio, una Buenos Aires que conjuga con marcado contraste un rulero de hormigón y miles de casitas de ladrillo colorado apiladas a la vera de la estación que acabo de abandonar.
*(la frase del título es robada a Victoria)

viernes, 31 de julio de 2009

Tren Tortuga

Sólo dos líneas para aludir al tren que une Buenos Aires con Córdoba (sí, existe un servicio –por llamarlo de algún modo- entre estas ciudades). Ese tren, por la velocidad que puede desarrollar, se ganó el mote que titula la entrada. Pero un tren lento, de demoras habituales, circulando sobre vías en pésimo estado de conservación, es algo a lo que estamos resignados y, chatura mediante, no me movía a postear nada.

Ocurrió que ese tren, pese a circular a 20 km/h —las vías no daban ni para un poquito más—, descarriló.

No puedo evitar sentir mucha tristeza y, por lo tanto, apartarme de la pretensión que guía este blog, esto es, la de contar algunas historias que, por algún vericueto, se toquen con los trenes, sin incluir meras noticias sobre éstos.

Dicho lo cual, sólo me queda decirles que una crónica sobre el evento, ocurrido en las cercanías del pueblo llamado “James Crack”, puede ser vista en http://www.cronicaferroviaria.com/website/ Leerán, los que se interesen en el caso, las curiosas piruetas que dio, consecuencia del incidente, la máquina expendedora de café.

Nota al pie: James Crack resulta, indudablemente, un buen nombre para pueblo. Nada de Intendente González, o Comodoro Brizuela. James Crack, seguramente pronunciado en fonética, al estilo de “uilde”, pero con la típica doble vocal de la cordobesada bochinchera y ladina.

Nota al pie de al nota al pie: Quizá, si alguna vez me refiero a esos bichos feos que son los colectivos, les cuente los avatares de un amigo que, rubiecito y con su mejor inglés de instituto privado, subió al 17 y pidió un boleto hasta Wilde.

martes, 28 de julio de 2009

primer post: "el último pasajero"


Casi indefectiblemente, cada tren de pasajeros que parte cuenta con un fulano que fue el último en abordarlo. Sólo cabe imaginar, como excepción, un tren trasnochado, en un día sin ajetreos, que por carencia total de pasajeros, carezca también del último.
En los demás casos, es probable que el último pasajero haya corrido para llegar, que haya saltado al tren próximo a partir y, lógicamente, que haya tenido riesgo de fracasar en ese intento de abordaje.
Quien salta con ansias de ser el último de este tren y no el primero del próximo, corre el riesgo de un golpe, caída, y final de hierro sobre carne.

Pero no todos caen. En rigor, ello casi no ocurre: la gran mayoría logra abordar el tren y, algunos otros, en el peor de los casos, sólo chocan su nariz contra el vidrio sucio de las puertas también sucias, sufriendo la resignación que acarrea la espera, amén de una fugaz vergüenza.

No podemos saber qué factores (reunidos en algo que llamamos azar) deciden entre la destreza y el fracaso. Sí sabemos de un caso en el que esos factores se conjugaron por partes iguales y hubo un último pasajero medio cuerpo adentro y medio cuerpo afuera.

Saltó, como quizá ya había saltado alguna vez. Seguramente, algún instante después del último eco que el andén devolvió al silbato del guarda; en el mismo instante en el que las puertas iniciaban el camino que normalmente culmina con el encuentro de la homóloga. Pero un par de ellas no llegaron a destino, entremedio, atrapado, medio cuerpo adentro y medio afuera, lo impedía un último pasajero.

El tren inició su marcha, no hubo guarda que viera el incidente para detener la formación. Tampoco hubo freno en los momentos siguientes pues se ve que, aún escuchado el griterío, no se advirtió su causa con la premura que el último pasajero hubiera deseado.

Poco más vieron quienes, ante tamaño espectáculo, prefirieron cerrar sus ojos. De todos modos se oyó rezar a señoras compungidas, se oyeron súplicas, se oyó un vagón de lamentos, se oyó el sonido de pies correr con destino incierto, se oyó a lo lejos la voz de un vendedor ambulante que -no anoticiado aún del evento- ofrecía una verdadera ganga, se oyeron insultos, se oyó un trueno que poco tenía que ver con el asunto, se oyó un "auch", se oyó al fin el impacto de media persona con un poste, se oyó al fin el fin.