miércoles, 7 de diciembre de 2011

Retiro (espiritual)

El sol pegaba en el andén, y la mañana parecía mediodía. Pero al llegar, el tren nos recordó que era una mañana más y que cientos de transpirados nos movilizábamos a nuestros trabajos, copando los vagones a más no poder.



De algún lado apareció un fulano en silla de ruedas, tetra-brick de vino en mano, que subió intempestivamente. El guarda le dijo algo por el atropellado modo de ingresar. Él le contestó con más atropello. El guarda replicó diciendo “si quiero no te dejo viajar con el vino” y recibió una catarata de insultos del fulano. Fin de la trifulca: lo dejó viajar.



El fulano en cuestión inició varias conversaciones. En un momento le habló a una chica joven de camisa cerrada hasta el último botón. No recuerdo de qué modo habló al inicio, pero generó que ella le dijera que se iba a ir al infierno y, acto seguido, sacara una revistita de su mochila para invitarlo a leer la palabra de dios.



Él se negó rotundamente, blasfemando. En ella se encendió una luz de alarma y reforzó su intento, por cierto vano, diciéndole que no abusara de su posición. El, harto, le dijo que al bajar sabría lo que es un verdadero abuso. Ella contraatacó y le dijo, evidentemente dios sabe porque te dejó así.


Él no dijo nada; varias señoras, en cambio, retaron fuertemente al aparato de propaganda, sino de dios, de alguna iglesia de por ahí. El tren estaba entrando en la estación Retiro y el fulano en la silla, tras dos buenos tragos de vino, gritó: “Señores: Retiro”, hizo una pausa de dos segundos y agregó “espiritual”.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Kiosco FMI

He visto en estos años crecer el asentamiento, acercarse a la vía, al punto de que algunas ventanas reciben el viento originado en el paso de los vagones.



Durante años levanté la vista de mis libros, para satisfacer la curiosidad de conocer un mundo tan cercano geográficamente, y tan ajeno.



Supe que la chica que vivía en la casilla con techo de chapas naranjas -¿de dónde las habrá sacado?- se llama Emilia, desde que hizo de su cuarto un kiosco: el “Kiosco Emi”.



No pocas veces me angustié al ver a chicos corriendo en algún playón, jugando y riéndose. Qué contradicción ponerme triste al verlos contentos.



Es que no podía dejar de pensar que ese rato es una isla en un mar de hambre, enfermedades prevenibles y violencia, y que en el horizonte hay un futuro pobre.



También es curioso angustiarse por un hipotético futuro pobre de otros, cuando mi presente de bienestar material, es una suma de desdichas.



Hoy me llevé una sorpresa, al ver que la pared de la casa donde funciona el kiosco había tenido algunos retoques de pintura. La leyenda de letras negras que promocioanaba el kiosco seguía ahí, pero quizá por un exceso de brocha gorda, o quizá por una política de expansión y diversificación de actividades de los organismos multilaterales de crédito, el frente de la casilla de techo de chapas naranjas da cuenta de que, ahora, el establecimiento se llama “Kiosco FMI”.



¿O será que muestran con orgullo las obras que sus políticas contribuyeron a construir?

viernes, 4 de noviembre de 2011

aprendiendo a contar

-UN café



y 2 medialunas.



-La promo con 3 cuesta lo mismo, me aclaró el mozo.



Dudé unos 4 segundos y acepté.



Lo terminé en 5 minutitos (así chiquitos, apurados) y quedé atragantado…



… y culposo por la nueva contribución a los 6, 7, 8 —quién sabe cuántos exactamente— kilos de más.



Era un 9 de julio,



y a las 10 de la mañana



la plaza ONCE parecía un desierto.



Salí del bar y tomé el Sarmiento y al ritmo del tren leí el Página 12,



sólo por 13 minutos, que es lo que tardó en llegar a Flores.



Hacía 14 años que no volvía al barrio de mi primera novia.



La conocí cuando tenía 15,



pero me hizo esperar hasta los 16.



Ya no vive en la casona de Terrada 17,



la vendieron como terreno y ahora hay un edificio de 18 pisos (con amenities).



Nos sentamos en un banco de la plaza: me cuenta que su hermanito chiquito ya tiene 19 ¡cómo pasa el tiempo!



Resistí 20 minutos de escucha y fui al grano:



-facebook es el facilitador sexual del siglo XXI, le dije, haciendo evidente mis intenciones.



¿Estás loco? me contestó; y por eso, ahora estoy en esta inmunda casa de juegos de Flores apostándole al 22.



Aquí freno con este ejercicio tonto; quizá hubiera sido más apasionante un final con 69, pero no se contar tanto.

lunes, 17 de octubre de 2011

Sometimiento

Desde que la hija de mi vecino sabe que su padre será padre nuevamente, se la ve ejerciendo un sometimiento extra sobre su, hasta ahora, exclusivo progenitor.




Temprano a la mañana, cuando es llevada a su jardín, ya no camina más, va montada a babucha -se que hay quienes dicen “cococho”, pero me suena imposible de concebir-, haciendo del poco pelo del papá, a la vez, riendas y pañuelo, y obligándolo a cantar: “en un vagón, cargado de sandías…”

lunes, 3 de octubre de 2011

Alejo Amarantes

Los Amarantes eran la familia bien (bienuda/cheta) de la escuela primaria en donde estudié. Era una escuela pública de un barrio de clase media, con lo cual, ser la familia bien de la escuela tampoco era tanto.


Nunca tuve onda con los Amarantes, quizá porque les encantaba mostrar su posición económica. De Alejo, mi compañero de grado, no tuve más noticias desde que terminé la primaria.


Pero hoy, viajando en el tren, vi un sticker de publicidad. Uno de esos modestos avisos que pegan profesores de inglés o matemáticas y que usan también algunas bandas de rock para promocionar su existencia, en el que estaba el nombre de mi ex compañerito.


Evidentemente, seguía intacta su valoración por sí mismo. Bien grande, en letras negras de imprenta mayúsculas, sobre fondo blanco, se leía su nombre. Más abajo un texto que, debo admitir, me causó a la vez, indignación y placer. Indignación porque estaba lucrando con gente desesperada. Placer, porque él hubiera querido el living de alguna conductora de televisión para promocionar su actividad y debía conformarse con estos papeluchos.


Debajo de su nombre se leía “magia blanca y magia negra, trabajos por teléfono” y, luego, “Señor Pablo” y datos de contacto. -Se ve que no pierde las mañas, hasta secretario tiene, me dije.


Quise un instante más de placer, quise volver a ver el nombre de mi agrandado compañerito en tan tercermundista vidriera y me di cuenta de mi estupidez: ALEJO AMANTES! ALEJO AMANTES!

martes, 20 de septiembre de 2011

Asistencia (im)perfecta

Damián caminaba temprano, con tiempo, disfrutando el trayecto al colegio, donde le enseñaron que Sarmiento no faltó nunca. Quizá la asistencia perfecta del otrora presidente sea una licencia histórica. Quizá haya Sarmientos que tienen jornadas en que no llegan a destino.

En esa caminata de Damián, la luz del día ya era un proyecto que comenzaba a cobrar fuerzas y, con ello, el tintineo rojo de la luz de la señal contigua a la barrera a media asta, ya no resaltaba tanto.

Los hornos de las panaderías inundaban con su olor la caminata.

No llovía, pero las veredas estaban mojadas por la temprana pulcritud de los porteros.

Una masa verde se adivinó por el rabillo del ojo de Dami, ese cuerpo motorizado -con cuerpos arriba- pasó veloz, y se entrometió en el ángulo de 45 grados, formado por calle y barrera.

Pero en el dibujo de esta historia había tres dimensiones. Y desde la profundidad brotaron dos trenes, que interrumpieron sus rectas al impactarlo.

El estruendo fue total, un solo ruido.

Pero luego, inmediatamente después, se hizo un silencio absoluto, Dami quedó aturdido, pero notó ese silencio, un instante en el que el mundo se detuvo.

Poco después, ya no queda rastro del olor a pan, ni del silencio. Comenzaron los sonidos caóticos de todo accidente: gritos, llantos, sirenas, sierras, helicópteros, voces turbias de periodistas, políticos, abogados, testigos -genuinos y falsos-, familiares, etc.

miércoles, 24 de agosto de 2011

un Savio

Para desandar los 300km que separan Buenos Aires de Rosario, opté por el tren, aprovechando que existe esa alternativa. Después de muchos años de abstinencia, me entusiasmaba subir a un tren de larga distancia (bueno, no taaan larga; pero en ciertas circunstancias trato de ser generoso con la longitud que asigno).

Descarté el servicio de una de las dos empresas que van a esa Ciudad porque escuché que era "horrible" y compré boletos para el de la otra, que solo me lo habían referenciado con el término "zafa", en simultáneo con una cara de asco moderado –como la de quien caminando por la calle evita pisar caca de perro y conjuga la repulsión por el desecho animal con la satisfacción de no haberlo adquirido de suela—.

El plan parecía perfecto, el tren salía de Retiro el viernes a las 20:35 y llegaba, tras seis horas y media, el sábado a las 03:05 (mi primo me esperaría en la terminal para pasar por algún boliche antes de dormir). La vuelta llevaría un poco más, casi 8 horas, pero el cansancio del fin de semana me permitiría dormirla íntegra. Para regresar, el tren parte de Rosario Norte el domingo a las 23:51 y llega a Retiro a las 07:33 del lunes, justito para pasar por casa, ducharse e ir al trabajo.

Ya en el tren, me puse a leer un artículo sobre una locomotora, llamada “La emperatriz”, que lleva el Nº 191 y que arrastró, entre tantos otros coches, varios que transportaron a presidentes argentinos. Esa locomotora, supo contar con el recordado maquinista Savio a su mando y, aun hoy, restauración mediante, sigue tirando vagones en las maltratadas vías argentinas.

En un momento el relato se remonta a 1926, fecha en la que tuvo lugar, por primera vez, el cruce del Océano Atlántico en hidroavión. En la cobertura de esa noticia competía el diario de los Mitre con otro de Rosario, llamado La Capital. A los de La Nación, entonces, les dio por tramar un plan para llegar con sus ejemplares a primera hora a la Chicago argentina, y fletaron un tren de madrugada.

Pero cuando un desperfecto técnico en la locomotora de esa formación diariera le impedía partir, y ya habían ocurrido dos postergaciones que parecían relegar al periódico de la Ciudad de Buenos Aire, apareció en Retiro La Emperatriz, al mando del maquinista Savio. Aunque tenían previsto otro viaje, se los envió a Rosario, como última esperanza para la proeza. Había que estar a las 7 de la mañana.

No pararon en las estaciones intermedias, limitándose a bajar la velocidad y arrojar los fajos de diarios desde los furgones. Así, pudieron llegar a tiempo, pese a haber partido a las 3:39 AM (tiempo total: 3 hs y 21 minutos, poquito más de la mitad de lo que insume el viaje hoy, 85 años después). Fue récord sudamericano de velocidad, hasta el día de hoy no fue batido.

Terminé el relato, se sentía al tren avanzar despacio, como un chico que está aprendiendo a caminar, inestable, apoyando inseguro. Me puse a llorar.

Cuenta la leyenda que en los sesenta, el mismo día que murió Savio, la caldera de la 191 colapsó y dejó de funcionar, hasta su reciente recuperación.

http://www.fcca.org.ar/laemperatriz.html

lunes, 8 de agosto de 2011

La Casualidad

Ramiro se rió al escuchar a sus amigos que no querían que saliera con Julia, “la bruja”, justamente, por el origen de su apodo.

Ocurre que Osvaldito (nadie lo llamó Osvaldo desde su muerte) y “el tano” murieron poco después de haber dejado a Julia por otra.

Osvaldito era el mejor nadador del pueblo, pero sufrió un calambre y el río lo tragó.

El tano, un eximio conductor de sólo 24 años, promesa para el turismo pista regional, perdió estabilidad en la curva y su cuerpo se enrolló entre hierros.

En las confiterías de esta Villa Cualquiera, esos destinos eran atribuidos a las malas artes de Julia que, se comenta, tendría ciertas facultades.

Pero Ramiro no tuvo miedo y caminó con Julia; se dejaron ver por el pueblo y luego se alejaron por las vías que, pasado el carguero, no tendrían más tránsito que el de sus cuerpos.

Ramiro le habló y la tomó de la cintura. Le dijo que si tenía que morir quería que fuese así, abrazado a una mujer, echado sobre unas vías desiertas, en el silencio de un pueblo fantasma.

Al llegar el verano Ramiro le dijo adiós a Julia y viajó a Salta con Irene. Después de dejar la estación de Caipe, el tren a las nubes se detuvo por desperfectos en el medio de la puna desértica, ningún pasajero debía bajar de la formación, pero Ramiro no hizo caso y se alejó demasiado. Irene, entre reproches y temor, se alejó con él.

Sopló un viento atroz, carente de todo oxígeno. Las cabezas retumbaron hasta casi estallar, las manos en las orejas y los codos en el pecho no servían de suficiente protección. Una ráfaga endemoniada los hizo girar una y mil veces, y después los tiró al piso. Cuando pudieron incorporarse no encontraron ni el tren, ni las vías.

Tras 14 horas de caminar, dormir algo, y sobrevivir por instinto, ya con el cuerpo congelado y la garganta sedienta como nunca, se alegraron al ver la salvación a pocos pasos.

El júbilo duró lo que una gota en ese desierto, y fue sustituido por el terror más visceral. Un cartel indicaba que el pueblo se llamaba “La Casualidad” y otro indicaba que a 25 km se ubicaba la “Mina La Julia”, pero ningún cartel hablaba de la inexistencia de habitantes, ni de la decisión de dejar de producir azufre para comenzar a importarlo, ni del abandono del pueblo que tuvo 2.000 almas y un cine a 4.000 mts de altura.

Ramiro e Irene llegaron a las vías que se usaban para bajar el producto de la mina al pueblo ahora fantasma, y con sus últimas fuerzas se abrazaron.




martes, 2 de agosto de 2011

El Sr. Morales

Los coloridos rectángulos florecen día a día, llueva o haga frío polar. Hechan raíces en semáforos, refugios para esperar colectivos, teléfonos públicos. Las estaciones de tren son, como todo el centro en general, campo fértil para esa primavera de oferta carnal.

Al Sr. Morales lo vi únicamente hoy cuando baje del tren, y me alcanzó para saber que su tenacidad en la cruzada que libra solitariamente es tan fuerte como la del enemigo que enfrenta por ocupar la marquesina.

El Sr. Morales movia energico sus brazos, arrancando, estrujando y finalmente tirando al piso esas flores del papel. En su ponderación de bienes, está claro, vale mas evitar la renta de un cuerpo que preservar la higiene urbana.

lunes, 18 de julio de 2011

Cerca del 9 de julio


Era, para mi, uno de esos días en que mandan las obligaciones y mi cuerpo, obediente, se queda depositado en su lugar de trabajo hasta entrada la tarde noche.

El frío era único protagonista de unas calles ya desiertas. En la estación, las luces poco potentes no alcanzaban para iluminar por completo a algunas almas en pena.

En un puesto de la estación, en penumbras, un granadero comía un pancho coronado por papas fritas. Ensimismado, disfrutaba de su momento. La comida aliviaba por igual al estómago y a la temperatura corporal, era evidente en sus gestos. Por fin, un momento en el que era dueño de su destino, sin órdenes de la superioridad, sin venias, sin niños tentándolo a renunciar a su postura firme.

Subí al vagón y me aposté al costado de una de las puertas, ya no quedaban asientos. Antes de partir, subió el granadero y se situó enfrente (destino que manda estar parado).

Su traje obsoleto, más propio de una fiesta de disfraces que de un humano en combate, había formado pelotitas en la tela. El mango del sable (eso debe tener un nombre específico) era de un dorado plástico, similar al de los gatos chinos que mueven su brazo delantero izquierdo incesantemente.

El tren siguió su marcha y pasamos al costado de un club en el que muchos chicos bajo cero se ejercitaban al ritmo del rugby. Le dije –deberíamos cruzar la cordillera del terraplén y liberarlos. Pero ambos estábamos cansados y a él solo le quedaron fuerzas para una sonrisa de compromiso.

jueves, 9 de junio de 2011

oda al tercer riel

Tercero puede ser podio,
o tercero de tres
cola de perro.

La tercera es la vencida,
y la tercera edad
es víspera de muerte.

Tercera semana en cartel
-si es nacional-,
es película exitosa.

Y tener que verla
en tercera fila,
es que no queda otra.

Hay un tercero en discordia,
o ¿por qué no?
una tercera, en femenino...

…esa tercera persona,
¿es del singular
o del plural?

A veces hay
terceras chances,
(monumento a la perseverancia).

Conozco un tercer hijo
que, incluso,
cree que fue buscado.

Hay una tercera vía
que no es de trenes,
entre el capitalismo y “El capital”

Y estás vos,
tercer riel,
que sí sos de este blog.

Tercer riel:
tu ordinal es engañoso,
porque vales por primero.

Los dos que te precedieron
ya no saben estar solos,
y chupan tu energía irremediablemente.

miércoles, 1 de junio de 2011

¿con quién estabas?

Pierdo la cuenta de las veces que llevé el vaso a la boca. En el aturdimiento, el mundo parece más lejano, pero menos incomprensible.

No soporto volver a mi casa, no quiero verla a ella, y entonces camino hasta llegar a la vía, buscando algún riesgo. Pero solo encuentro un niño que insinúa estar dispuesto a todo y me pide plata.

Me estremece la situación: su oferta amplísima, la evidente necesidad de hacerse de algo de dinero, la evidente necesidad de tener mucho más que algo de dinero.

Gasté mucho en whisky, y solo veinte pesos en tranquilizar temporalmente mi conciencia; más tarde me reprocharía tal distribución de los recursos.

Al darle la plata le digo que no quiero nada. Luego, cuando él ya está bajando el terraplén, cambio de discurso: “contame un cuento”, le digo y cuando termino de decirlo, me siento absurdo.

Él, sin mostrar desconcierto, mira al cielo y me dice:

“La luna está llena,
está llena de comida”

No dice más, y se aleja.

Dudo, ¿escuché algo muy lindo, o estoy sobrevalorando por efecto del alcohol?


Yo también me alejo de ese sitio. Ahora siento al mundo de vuelta muy cerca, aplastándome. También lo siento más incomprensible que nunca.

Me resigno y vuelvo a casa. Ella me pregunta ¿a dónde fuiste, con quién estabas?

No le digo nada, igual no me creería.

viernes, 20 de mayo de 2011

Pata de fierro

Lo descubrí hace tiempo. Recuerdo ese momento, como se recuerda el instante en que se roba un primer beso. Como se recuerda lo que se estaba haciendo al recibir una noticia conmovedora. Como se recuerda cualquier punto de inflexión.

Alguien tomaba una malta en ese living. Alguien bastante mayor que yo. Alguien a quien mi presencia quizá molestara. Pero a mi no me importaba, total, le gustara o no, yo dormiría con su hija esa noche. De todos modos, el tipo era gentil y me ofreció una malta que acepté. Mi visión se tornó algo alucinatoria.

Nadie hablaba en la sala y el zapping se detuvo en un mazo de naipes. Del otro lado de la pantalla una sola mano dijo "no se puede hacer más lento", y lo hizo de modo glorioso.

Horas después le dije a ella que si teníamos un hijo, le quería poner René, y ella se río. Yo hablaba en serio. No tuve hijos con ella.

Hoy busco desesperadamente saber si René Lavand planifica algún show y encuentro una nota sobre él. Vive en Tandil y da clases de ilusionismo en un vagón de tren, que se llama "pata de fierro". Pienso que podría dar esas clases en cualquier salón, pero eligió un vagón de tren. Ese tipo tiene algo especial.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Amores brutos

Pantallas de pocas pulgadas, vejadas por dos pulgares simultáneos. No hay respeto por esas horas primeras del día, en que la naturaleza manda a tener modorra. Es demasiado temprano para el frenético intercambio de mensajes que encierra el vagón. Además, hace frío y el tren está lleno. Al lado mío, y un poco abajo, la petisa lee algo. Me entrometo, ahora somos dos los que leemos un texto corto pero contundente, que no reproduciré por si ustedes abren este blog en el trabajo y hay riesgo de que un jefe pacato observe vuestra pantalla, tal como yo hacía con la de la petisa. Es evidente que quien le escribe la conoce personalmente: es que los atributos descriptos, que según se anuncia serán sometidos a determinadas prácticas, efectivamente honran a la petisa. Ella no se pone colorada y hace como si no viera que yo veo. Contesta y dobla la apuesta, sus palabras no se quedan atrás e incrementan la tensión entre los mensajeantes y, por qué no, también conmigo. Luego presiona “enviar”, va a “contactos”, y se lo manda a “amorSito” (sí, con “s”).

lunes, 2 de mayo de 2011

Oblogo recargado

Ahora aviso a tiempo, para que quienes estén interesados en salir corriendo a buscar un ejemplar, logren su cometido: en el Nº 55 de la revista oblogo, se publicó la entrada titulada "Temor a quedarse solo (otra vez)". Ese número de oblogo salió hoy mismo, 02.05.11 (fecha que pasará a la historia por otros motivos y no por esta humilde novedad local). Los vagos que no quieran ir a buscarla a los lugares de reparto, tienen la dimensión virtual para chusmear como quedó: http://www.oblogo.com/

sábado, 23 de abril de 2011

La traición de José María

Santa Fe de la Vera Cruz, la llamaba José María, signado, tal vez, por la complejidad de su propio nombre.

Pero ese ensalsamiento encerraba un bajo fondo. Su relato publicitaba el inicio de un proceso que vaciaría, también a esa tierra, de contenido.

Hoy la llanura que la une con la Santa María de los Buenos Aires llora un llanto lluvioso. El proceso ya no necesitó del relato de José María y hasta se profundizó por elección popular. Parte de sus consecuencias: ya no hay tren que cruce esa fecundidad. Las vías solo son cicatrices, y en las venas sustitutas chocan los camiones de la muerte.

La estación Belgrano de la Santa Fe es, paradojicamente, un cadaver hecho y derecho. Su esencia se perdió irremediablemente, y su cuerpo fue maquillado para que lo velen. Que ironía hiriente, reciclar el edificio para que ya no salgan trenes.

viernes, 8 de abril de 2011

Frases hechas

La casa está quedada en el tiempo. Me gusta esa frase “quedada en el tiempo”. El patio tiene macetas viejas, la mayoría de ellas blancas (donde les queda pintura), y un par simulan ser troncos de árboles. El mate se toma amargo y el entrevistado no me mira, su vista está en el piso de ladrillos casi cubiertos por el verdín.


Yo juego con el hierro de la silla que se trifurca antes de plegarse sobre si mismo y hacer de reparo para el codo. Sigo escuchando a Almagro que no deja de dar rodeos. Dice otra frase hecha, lo bueno es que ya no se refiere al tiempo. Escupe un: “lo tuve que pagar por bueno”. Aunque conocida, esa frase no deja de causarme el rechazo de siempre. Hay algo de desprecio en esa forma de enunciar la cuestión.


Soy conciente de que muchas veces se coloca en calidad de deudor a alguien al que no le corresponde cargar con los platos rotos y que, en el mejor de los casos, logra zafar de una resolución judicial desfavorable, pero tras afrontar un tedioso proceso que implica, en si mismo, una especie de pago.


Pero ese “pagar por bueno”, aunque apto para resumir esa idea, me sigue generando ruido. Quizá, porque siempre me parece una referencia despreciativa a la condición personal de la víctima: un tipo pobre, marginal… o suicida.


La última vez que escuché esa frase fue justo después de que un taxista eludiera (por pocos centímetros) a un cartonero y su carro, riesgosamente llevado por plena calle sin luz ni señal alguna. En esa ocasión, al girar mi cabeza para ver al “no bueno”, me llamó la atención una escara en su torso desnudo, retroalimentada seguramente por el roce diario con las riendas y, por lo tanto, de imposible sanación. Ese día no escuché más al taxista, quedé pensando en las heridas que no tienen cura.


Ahora sigo escuchando a Almagro que, por fin, va al grano. Me dice que a las 48 horas del accidente volvió a trabajar, pero que ya no es lo mismo. Que tiene miedo que vuelva a ocurrir. Cuenta que el pibe antes de saltar a las vías lo miró fijo, que en esos ojos había algo siniestro, que la cara esa no se le borra mas. Que todas las noches se le aparece en sueños.




Luego agrega: “encima, el muy hijo de puta se sacó los lentes antes de tirarse” e irrumpe en un llanto profundo. Yo también lagrimeo, siento que una escara en mi cuerpo se retroalimenta, y me dispongo a partir. Guardo mi falsa credencial de periodista y nunca le confieso que eso último que dice es verdad, y que yo era la madre.

jueves, 31 de marzo de 2011

Farizano

El ruido del tren no dejó escuchar al muchachito vestido para combate que, fusil en mano, custodiaba el cuartel en medio de la Ciudad. El tren semi-vacío (era un tren de media mañana) se alejó. Entonces, el hombre de verde tuvo que volver a hablar, en rigor a gritar. “¿Civiles?” nos dijo (nunca nadie me había llamado así). El tono interrogativo permitía traducirlo claramente como “¿Qué carajo quieren?”. En ese instante agradecí haber zafado por número bajo. Mi amigo con pose, gesto y tono irreverente, sin demostración de respeto alguno por el uniforme, explicó que veníamos a que nos firmaran las libretas y nos colocaran el sello de “Exceptuado por excedente” (a veces es lindo sobrar). Notablemente irritado, nuestro interlocutor nos hizo saber que la fila que formaba adentro era la de los civiles que habían llegado antes de las 6:30, hora en que se recogían solo 50 documentos. Exagerando la dificultad que nos acarrearía volver, mi amigo obtuvo la siguiente propuesta: pasen al segundo pabellón, y pidan con el coronel Farizano, él firma las libretas, explíquenle sus motivos. Tras una pausa en la que se iluminó su rostro, agregó: “eso sí los va a sacar cagando… si es que se pueden ir”. Nos miramos y entramos: ¿qué nos va a correr este tarado? pensamos en ese instante. El pensamiento se diluyó inmediatamente y durante el camino buscamos buenas razones para no perder la tranquilidad: “estamos en democracia, no nos puede pasar nada muy grave, ¿no?”. Al llegar vimos a otro muchachito, también vestido para combate, con varias pilas de documentos boca a bajo, ya intervenidos, y unos poquitos a los que todavía les colocaba dos sellos: uno gigante y todo en mayúsculas “EXCEPTUADO POR EXCEDENTE”, el otro más abajo y dejando lugar para la firma, también en mayúsculas y señalando el nombre del Coronel. Tras un entendimiento telepático, mi amigo y yo, complementándonos, dijimos: “Dice Farizano que nos selle la libreta y la pase a la firma”. “Como no, ya estoy terminando, él firma de a diez, y hace esperar veinte minutos a la segunda tanda, así que se las paso en el primer cupo. ¿Son conocidos de él, no es cierto?” “Mi padre”, contestó mi amigo. Corto y seco. Y el temblor no llegó a la voz. El tiempo empezó a correr, no habrán sido más de cinco minutos, pero bastaron para experimentar varios cambios de temperatura corporal, calor y frío, transpiración y chuchos, estomago queriendo salir del cuerpo por todos los orificios conocidos o desconocidos… Nosotros mudos, tratando de disimular la adrenalina. Entonces vimos al soldadito salir del despacho y detenerse a hablar con un colega, hablan bajo, parecen conspirar, reírse de lo que nos van a hacer, disfrutan como el gato que suelta al ratón para volver a agarrarlo, dilatando el climax. Nos miramos y sin pronunciar palabra nos dijimos “estamos fritos”.


Finalmente se acerca, extiende las libretas y nos las da. “Listo”, dice. “Gracias” decimos nosotros con un hilo de voz. “Saludos de mi padre al Coronel” agrega mi amigo algo recompuesto e, inmediatamente, comenzamos una carrerita hasta el ingreso al cuartel, pasando por delante de la fila formada que esperaba sus documentos. Casi sin detenernos le decimos al centinela de la entrada “muchas gracias, ya está” y a correr al primer tren que pase, “irse lejos, no volver” aunque no había riesgo de nada… no?

miércoles, 23 de marzo de 2011

En oblogo

Amigos, un gusano metálico llegó al Nº 51 de la revista oblogo. Gracias a quien se le ocurrió sugerir tamaño despropósito y a todos los que apoyaron esa idea. La página de oblogo, sencillita: www.oblogo.com

viernes, 11 de marzo de 2011

Los topos

Martín vive debajo del terraplén sobre el que se posan las vías, en una reducida cueva socavada por su padre, con una extensión hacia el exterior, en la que unas chapas precariamente dispuestas ofician de techo; esa arquitectura animal, le dio a la familia una casa y un apodo insufribles por igual.

Los topos se despiertan con cada tren carguero de la noche, y vibran todo el día, con los trenes de pasajeros. El padre le dice a Martín que acá todos tendrán mejores oportunidades que en la provincia, que pronto juntarán algo y alquilarán una pieza en el asentamiento, y que la escuela es bárbara, que él va a poder estudiar y ser alguien.

Quienes están algo mejor ubicados, y viven en casas de ladrillos (algunas con lozas y más de un nivel), se mofan constantemente de la penuria de esa familia.

Esa burla se materializa entre los niños de la escuela del asentamiento (que, efectivamente, es bárbara en el sentido más sarmientino del término). Martín se convirtió en el protagonista del divertimento general, que consiste en correrlo al grito de “topo muerto de hambre” —juego en el que sus perseguidores olvidan las propias carencias alimenticias y sanitarias— y, una vez que logran desestabilizarlo, tirarse encima y patearlo duro a ese topo convertido en bicho bolita.

Martín venía tolerando esta humillación, con dolor y bronca porque advirtió que Dolores (los padres sí que supieron elegir su nombre), la chica que le gustaba, dejó de hablarle, seguramente por topo y por perdedor. También se dio cuenta de que las maestras, hartas de que sus amenazas no generaran coacción alguna, ya no hacían esfuerzos por dispersar a la turba golpeadora.

Hoy Martín decidió que no quiere “ser alguien” a este costo, que se contenta con dejar de ser un topo golpeado y, en lugar de caminar hasta la escuela, siguió de largo y la abandonó para siempre. Su resentimiento ya maduro y potente tuvo un up-grade considerable.

miércoles, 23 de febrero de 2011

otros sueños

Con los años dormir se fue haciendo mas difícil. El alcohol ayuda, claro, pero no evita que en mitad de la noche el cerebro se desboque y expulse imágenes indeseables. Una vía muerta, una estación desierta, un choque de trenes, un arma, un disparo. El sobresalto es seguido de un meo en baño de 4 mil dólares el metro cuadrado, que no hace olvidar el baño de piso de tierra de la infancia. Ayer no hubo vuelta a la cama. Sonó el timbre. Alguien le había soltado la mano.

viernes, 11 de febrero de 2011

Seguí hasta mi casa

Esteban le contó a Vero que María tenía algo que hacer ese día, que llegaría tarde, que a él le tocaba planchar. Vero dijo, con desparpajo, como quien dice algo que no ocurrirá, -seguí hasta mi casa, así me haces compañía, total son cuatro estaciones más, después te lo tomás para el otro lado y ya, vas a llegar antes que María y todo, con lo prolijito que sos, seguro que tenés todo planchado cuando ella llegue.

En la oficina, la prolijidad de Esteban se entiende bien con la obsesividad de Vero. El tren de regreso es el mejor espacio de expresión que encuentran las hormonas que se generan durante el día. Algún chiste, algún gesto (apoyar la mano en su espalda para que ella mueva ligeramente su cuerpo y permita pasar a alguien que no había advertido), algún elogio (aunque ese elogio sea decirle “prolijito”).

Esteban sonrio y ni amagó a bajarse en su casa. Durante las estaciones robadas a María se rozaron las manos, consecuencia de un pretendido accidente originado en la entrega de un paquete de caramelos. Al llegar, cruzaron juntos el puente que conduce al andén de enfrente. Vino el tren que dejó a Esteban en su casa. Antes de subir se besaron unos instantes, solo eso.
Esteban llegó a su casa antes que María y se puso a planchar.

Algo interfirió en su prolijidad y una camisa de ella resulto quemada.

lunes, 7 de febrero de 2011

Crónica del yogur

Al iniciar el blog me fijé un cometido, no incluir noticias de actualidad ferroviaria, es decir no hablar del descarrilamiento de turno, ni de los subsidios, ni de los tercerizados; los trenes debían ser un medio para transportar literatura (si me permiten esa exageración). Hasta aquí, podría decirse que ese principio básico, ese dogma, fue respetado. En términos generales, los relatos que se encuentran en el blog son siempre ficciones. Las hay absolutas, producto de la febril actividad de mi cerebro, y relativas, basadas en un hecho real que actúa como disparador. Pero son ficciones al fin. Hoy, en cambio, voy a hacer una crónica, un relato fiel del tortuoso inicio del tercer día del segundo mes del año que corre.

Antes de salir a trabajar (claro está, el mero hecho de tener que ir a vender mi fuerza de trabajo ya habla de un comienzo poco promisorio), vi por ese canal tan nefasto un informe sobre el tránsito y las vías de acceso a la Ciudad. Se anunciaba que en las líneas Sarmiento y Metropolitano había demoras, pero que para el resto de los trenes el servicio era “normal”.

(Notas del cronista: 1. Foucault mediante, debí sospechar de los alcances del término “normal”, 2. Todas las opciones que alguna vez probé como alternativa a ese canal son también nefastas).

Sin embargo, al llegar a la estación vi gente apiñada en el andén, en número harto mayor al habitual. Estaba además, entrando una formación. Subí como pude, entre codos y bolsos que se empeñaban en hacer contacto con mi cuerpo. No había chance de escuchar la radio, es decir, no había posibilidad de mover los brazos y colocarme los auriculares. No obstante, no tuve que esperar mucho para escuchar una especie de radio AM en vivo (es que algunos pasajeros parecían los oyentes que llaman y dejan mensajes). Uno de ellos dijo a una mujer (pero para que lo escucharan todos) que el tren estaba demorando un montón, que evidentemente venía con retraso, que se detenía mucho más tiempo del habitual en las estaciones. Alguien que lo escuchó culpó a Cristina, otro asintió y mencionó los coches comprados en China por Jaime (¿no era en España? me pregunté en silencio).

(Mas notas del cronista: 3. Cristina es el nombre de pila de la presidenta de Argentina en el momento que escribo esto, y 4. Jaime es el nombre que oficia de apellido de un ex secretario de transporte procesado en una causa por dádivas e imputado en varias más).

El viaje siguió en esa habitualidad triste, de charlas tilingas, con una chica sentada que no dejaba de subirse el escote del vestido.

(Nota de color: 5. el cronista, interesado, pensaba “dejalo como está, ¿qué te cambia que se te vea un centímetro más o menos de piel?)

Ya cerca de Retiro el tren se detuvo completamente. Nadie se inmutó. Es muy frecuente que la formación frene entre estaciones. Los primeros cinco minutos fueron de una parsimonia total, pero luego, comenzaron las quejas (al principio tibias): todos los coches están sucios; las vías están “flojas”, las puertas cierran mal, y ahora lo paran para joder nomás, etc, etc. Cuando ya llevábamos unos quince minutos detenidos, muchos comenzaron a llamar por teléfono a sus trabajos para decir que hacía como media hora que estábamos en el medio de las vías; una pareja llamó a un número gratuito (0-800 de la CNRT) para denunciar lo que estaba ocurriendo, al cabo de unos instantes el le dijo a ella: -anotá, y dictó un número de reclamo.

Pasada la media hora (tomé los tiempos con cuidado), comenzaron los golpes contra las paredes del vagón, y muchos se acercaron hasta la puerta del motorman a golpearla e increparlo, “estás de paro, puto”, “abrí cagón”, etc. De repente se escuchó una voz en las vías que le decía “bajá, bajá”, era un fulano que había saltado por alguna ventanilla y caminó hasta la cabina del conductor. Todos miramos automáticamente al sitio de donde provenía la voz, y al ver allá abajo a un tipito caminando desencajado, nos reímos al unísono. Esa risa duró un segundo, luego la turba lo vivó, como a un héroe. Su conducta fue imitada por algunos pocos más. Yo conté cuatro en total (no se si volvieron a subir o se alejaron por las vías).

En ese instante me pregunté, qué pasaría si me quedara varado con estos energúmenos en el medio de la nada, en un viaje de larga distancia, por días, hasta que pudieran llegar rescatistas… Mientras divagaba, surgió la perla de la crónica, protagonizada por una mujer relativamente joven.

(Otra nota del cronista: 6. los alcances de la juventud relativa son tan vagos como los de la normalidad; para acotar ese margen: hablo de una mujer de alrededor de 40 años).

Esa mujer estaba bastante nerviosa, y se movía mucho (verticalmente, se estiraba y contraía, el espacio disponible no daba para más), y de pronto, pese a la batahola de fondo, tomó su teléfono y llamó al servicio de ambulancias del SAME (?). Dijo (más bien gritó, porque ya se escuchaba poco): “en las vías, frente a la villa 31, antes de entrar a la estación de Retiro –y calló unos segundos–, es lo más preciso que te puedo dar [alguien acotó, calle 15, pero ella no lo escuchó]”, allí su voz tomó un tinte desesperado y lloró: “hay embarazadas, gente cardiaca, se están desvaneciendo, una persona se está muriendo, es urgente, vengan ya” (como no podía creer lo que escuchaba, tomé nota de las palabras exactas, quería ser un cronista fiel; por cierto, este cronista no logró encontrar ni embarazadas, ni el grupo en proceso de desvanecimiento, ni nadie yéndose con la parca). Luego su voz comenzó a titubear: “no se el numero del teléfono es prestado, ¿por qué tengo que darte mi DNI?”, instantáneamente cortó.

Mas tarde (9:35 AM), cuando ya llevábamos casi 45 minutos detenidos, los golpes eran más fuertes, los insultos elaborados y un fulano completamente fuera de sí cantaba: “tocá bocina la puta que te parió, tocá bocina la puta que te parió” (?), esta mujer enardecida golpeó con una virulencia pocas veces vista la puerta del conductor. Llegué a escuchar un “auch” y la ví retroceder, tomarse la muñeca, poner gesto de dolor. Entonces, lamentándose, hurgó en su cartera, sacó un yogur marca Ser con colchón de frutos rojos y, a modo de hielo (no se cuánto frío conservaría tras el parate), lo colocó sobre la zona golpeada. Ahí arrancó el tren y llegamos a la estación.

En un momento me asustó que, más allá de la bronca, calor e incomodidad, mi decisión de esperar sin querer matar a nadie ni romper nada, no encontrara un solo par de ojos cómplices.

martes, 1 de febrero de 2011

Cuando el aire asfixia

Subió apresurado, no quería que su mujer y su hijo lo vieran llorar. Ellos, abajo, lloraban a moco tendido y todavía no sabe como logró desprederse de ese abrazo. Ya en el tren, sintió que se asfixiaba, el aire era tibio y denso, irrespirable. Su estomago quería salirse del cuerpo, condenando a la vianda prolija y pobrísima que su mujer le había preparado a la espera eterna, a la putrefacción, aún cuando Josemir supiera lo que eso valía para ellos.

Josemir viajaba para poder trabajar y, así, remesar algo a su mujer e hijo cada quincena. No verlos más, por tanto tanto tiempo, era intolerable a esas alturas. No escuchar más el “papá” de la incipiente habla de su hijo, no besar mas a su mujer, no compartir con ellos el frío rotundo de este mundo helado, era la muerte, el infierno mismo.

A su lado, mucho mejor vestido, se sentó Diego a quien el aire también asfixiaba, y cuyo estómago también quería salirse del cuerpo. Diego compró un boleto en segunda clase solamente porque era la única sección en la que quedaban asientos y era preferible eso a quedarse un día mas en el pueblo.
Diego tuvo la suerte de nacer en una familia acomodada, pero eso no servía de nada ahora; nunca más escucharía el “papá” de su hijo ahora cadaver. Su mujer ya se había marchado a la Ciudad y el hizo unos arreglos rápidos y malísimos, dejando unos caseros en los que no se podía confiar y abandonó esa casa que tiene la habitación a la que ya no se atreve a entrar, siquiera para juntar la ropa y los juguetes. La mente de Diego teje, permanentemente, escenarios alternativos a lo que ocurrio, en los que el accidente se evita o, al menos, tiene un resultado menos traumático. Esos desvaríos, son la muerte, el infierno mismo.

Josemir hubiera sido un gran casero, y al menos uno de los dos hubiera sobrevivido, pero solo se cruzaron cuando el aire ya los asfixiaba.