sábado, 23 de abril de 2011

La traición de José María

Santa Fe de la Vera Cruz, la llamaba José María, signado, tal vez, por la complejidad de su propio nombre.

Pero ese ensalsamiento encerraba un bajo fondo. Su relato publicitaba el inicio de un proceso que vaciaría, también a esa tierra, de contenido.

Hoy la llanura que la une con la Santa María de los Buenos Aires llora un llanto lluvioso. El proceso ya no necesitó del relato de José María y hasta se profundizó por elección popular. Parte de sus consecuencias: ya no hay tren que cruce esa fecundidad. Las vías solo son cicatrices, y en las venas sustitutas chocan los camiones de la muerte.

La estación Belgrano de la Santa Fe es, paradojicamente, un cadaver hecho y derecho. Su esencia se perdió irremediablemente, y su cuerpo fue maquillado para que lo velen. Que ironía hiriente, reciclar el edificio para que ya no salgan trenes.

viernes, 8 de abril de 2011

Frases hechas

La casa está quedada en el tiempo. Me gusta esa frase “quedada en el tiempo”. El patio tiene macetas viejas, la mayoría de ellas blancas (donde les queda pintura), y un par simulan ser troncos de árboles. El mate se toma amargo y el entrevistado no me mira, su vista está en el piso de ladrillos casi cubiertos por el verdín.


Yo juego con el hierro de la silla que se trifurca antes de plegarse sobre si mismo y hacer de reparo para el codo. Sigo escuchando a Almagro que no deja de dar rodeos. Dice otra frase hecha, lo bueno es que ya no se refiere al tiempo. Escupe un: “lo tuve que pagar por bueno”. Aunque conocida, esa frase no deja de causarme el rechazo de siempre. Hay algo de desprecio en esa forma de enunciar la cuestión.


Soy conciente de que muchas veces se coloca en calidad de deudor a alguien al que no le corresponde cargar con los platos rotos y que, en el mejor de los casos, logra zafar de una resolución judicial desfavorable, pero tras afrontar un tedioso proceso que implica, en si mismo, una especie de pago.


Pero ese “pagar por bueno”, aunque apto para resumir esa idea, me sigue generando ruido. Quizá, porque siempre me parece una referencia despreciativa a la condición personal de la víctima: un tipo pobre, marginal… o suicida.


La última vez que escuché esa frase fue justo después de que un taxista eludiera (por pocos centímetros) a un cartonero y su carro, riesgosamente llevado por plena calle sin luz ni señal alguna. En esa ocasión, al girar mi cabeza para ver al “no bueno”, me llamó la atención una escara en su torso desnudo, retroalimentada seguramente por el roce diario con las riendas y, por lo tanto, de imposible sanación. Ese día no escuché más al taxista, quedé pensando en las heridas que no tienen cura.


Ahora sigo escuchando a Almagro que, por fin, va al grano. Me dice que a las 48 horas del accidente volvió a trabajar, pero que ya no es lo mismo. Que tiene miedo que vuelva a ocurrir. Cuenta que el pibe antes de saltar a las vías lo miró fijo, que en esos ojos había algo siniestro, que la cara esa no se le borra mas. Que todas las noches se le aparece en sueños.




Luego agrega: “encima, el muy hijo de puta se sacó los lentes antes de tirarse” e irrumpe en un llanto profundo. Yo también lagrimeo, siento que una escara en mi cuerpo se retroalimenta, y me dispongo a partir. Guardo mi falsa credencial de periodista y nunca le confieso que eso último que dice es verdad, y que yo era la madre.