martes, 24 de noviembre de 2009

Renunció Maradona

Fuera de mi rutina, llegué a Retiro pasado el mediodía. Los rayos de luz ingresaban al hall con una verticalidad desconocida. Había mucha menos gente que por las mañanas y todo parecía en letargo. Coherentes con el medio, los repartidores de diarios “a voluntaaa” permanecían ocultos. Salvo uno que con su grito rompía el clima de siesta, aunque, para su desgracia, no encontraba voluntarios. Harto de nada, cambió su cantito: “renunció Maradona a la seleciooooón”. Probó, a pequeña escala, la eficacia de las estafas comunicacionales.

martes, 17 de noviembre de 2009

Gay traindly


Llego a Retiro extenuado, fue un día salvaje en una semana que está siendo salvaje.
Mis ojos se disponen a sufrir para enfocar en el viejo tablero, y conocer así la plataforma a la que dirigirme.
Pero una imagen, propia de la tv, me encandila. Dos fulanos se besan. Llevan una noble, pero grotesca, cinta roja al cuello. El “videograph” o “zócalo” da cuenta de que son la primera pareja gay que podrá contraer matrimonio en Latinoamérica.
Me resigno a cruzar los molinetes sin saber a dónde ir, lo tendré que averiguar ahí mismo. No es algo difícil.
Veo un tren que está a punto de salir, la gente corre para alcanzarlo antes de que cierre las puertas. Yo soy parte de esa gente.
Corro y pienso en el viejo letrero que ya no está, que fue cambiado por esta pantalla gigante. ¿Por qué?, ¿Quién se lo llevó? En mi carrera me adelanto a dos mujeres que caminan con parsimonia y escucho:
-ahora que legalizan el matrimonio gay, ¿cómo se va a reproducir el ser humano, eh? (el “eh”, fue bien agudo).
No acredito lo que escucho; un impulso hace que disminuya la velocidad y gire sobre mí parar mirar a la mujer en cuestión. Tendría unos cincuenta años -quizá un poco más-, e iba con una chica de unos veintipoco que empujaba un cochecito doble, con un bebé por asiento (que, evidentemente, sabía la respuesta).
Retomo mi camino, y acelero, ahora pensando en la estupidez humana. Por suerte llegué al tren.

jueves, 12 de noviembre de 2009

El rebote del tren

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Allí, el durmiente último.
El hierro que, en abrupto final, termina el camino.
El mismo durmiente que ahora es primero.
El abrupto final, que ahora es partida.
Allí, en el mismo sitio, la muerte y el nacimiento.
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viernes, 6 de noviembre de 2009

No, claramente!


Las células motoras de los gusanos subterráneos habían decidido no moverlos, para presionar en su pelea por desplazar a las células grasas, que actualmente tienen mejor llegada a la mano que maneja la billetera.

La cuestión es que había paro de subtes y yo pronosticaba un viaje en tren hipercargado de resentidos pasajeros del under. Pero, como tantas otras veces, me equivoqué groseramente.

La calle estaba bastante vacía, los andenes también y adentro del vagón en el que me instalé, había, incluso, menos gente que de costumbre.

Mayoría de chicas jóvenes, alta proporción de pelados y, parada, a mi izquierda, una mujer que llevaba bien, pese a su corte “raúlito”, el medio siglo de vida sobre esta esfera azul.

Leía un texto, impreso en hoja A4, que marcaba con lápiz. Llegué a chusmear algo; decía: “Hermenegildo Zegna” —un diseñador, creo ya muerto, de artículos de lujo: el lujo es vulgaridad, dijo, y me conquistó— y también “Oasis Zegna” —que no se qué será—.

La cuestión es que en la primera estación se bajó del tren otra mujer, que había estado sentada justo a la altura de la lectora de Zegna. Esta última —después supe— bajaría en la segunda estación, y no se inmutó ante la vacante. Siguió en su lectura como si nada, desaprovechando el asiento. Yo tampoco me inmuté, me bajo en la tercera, no valía la pena.

Entonces, tras unos diez segundos, asomó un flaco, larguirucho, con cara de Patoruzito, de unos veintipocos, bien prolijo, con chomba dentro del pantalón, y le dijo a la lectora de Zegna

- ¿no te sentás?

La indignación de la lectora afloró en su cara, estuvo a punto de resoplar; luego, con tono soberbio, algo cristinezco, dijo

- NO, CLARAMENTE!

Esa reacción hizo que me pusiera inmediatamente del lado del pibe; por más que era evidente que Zegna’s reader no se iba a sentar, de algún modo había que pedirle permiso, no era muy distinto decir “permiso” que “¿no te sentás?”…

Pasando la segunda estación, me fui hacia la puerta, esperando llegar a destino. Instantes después, recibo dos mochilazos en la espalda, me doy vuelta y es Patoruzito acomodándose para salir. Lo miro con cara de lectora de Zegna y el muy pelotudo dice:

- ¿bajás en la próxima?

- SÍ, CLARAMENTE!

martes, 3 de noviembre de 2009

El tren del dinero



Cada tanto alguna experiencia curiosa alteraba la rutina de Rafael. Su vida de estudiante favorecía las chances de que esto ocurriera. Solía huir por varias horas de la casa de su madre y se instalaba en bibliotecas públicas y bares. Eso daba lugar a algunos cruces de palabras con terceros y, se sabe, las palabras conducen a más palabras y, en ocasiones, incluso, a gritos y susurros.

Así dio con Laura, que, como él, alternaba lectura con conversaciones.

Laura era del interior, la cuarta hija de un padre con más vacas que vástagos, con el que había cortado diálogo.

Eso la llevó del departamento familiar en Buenos Aires, a una casa venida a menos, alquilada por dos amigas suyas, frente a las vías del Roca, a la que debería empezar a contribuir.

Un día, mientras Laura fumaba un cigarrillo, y sus amigas se habían juntado para pensar como decirle que además de aportar al alquiler debía tratar de gritar un poco menos (sobre todo, teniendo en cuenta que ellas estaban pasando por un momento de sequía sonora), Rafael se había quedado mirando por la ventana del cuarto.

Descubrió una formación oscura, con ventanillas enrejadas, perros-hienas y guardias estilo comando, que se detenía en la estación –cuya visual alcanzaba-. Ahí recogían unas bolsas que, estaba claro, eran las sacas de la recaudación.

Con los días, fueron constatando que ello sólo ocurría los viernes, puntualmente, a las 02:09 AM (es evidente que llevan la recaudación de cada una de las estaciones hasta algún tesoro de la terminal). Rafael recordó que alguna vez había escuchado hablar del tren del dinero.

Ahora tienen un plan: como no podrían con los perros-hiena y los guardias-comando, harán descarrilar el tren unos trescientos metros antes de la estación, e irán sólo por la recaudación semanal de esa parada. No hay nada de gente por la zona a esa hora, el acceso a la estación es fácilmente vulnerable, en el lugar hay un solo guardia, bastarán unas réplicas de armas medianamente creíbles… confían en el éxito.

Después dividirán el botín en mitades iguales y si te he visto no me acuerdo. Al fin y al cabo, hoy ya casi no levantan el volumen juntos y sólo los une la ambición.