Extraño las noches que pasaba con amigos, tirados por ahí, en una quinta, una terraza, un patio, o sentados en el cordón de la vereda.
Extraño las preguntas que, mirando el cielo, nos hacíamos. Preguntas genuinas y torpes, sobre el cosmos, sobre el tiempo, sobre la evolución, sobre un eventual inicio.
Extraño la sensación, fomentada por algún vino barato, de estar a un segundo de comprender algo, algo trascendente. Justo en esos momentos, la conversación derivaba hacia otros temas, en general las tetas de alguna compañerita de curso.
Para finales del verano de 2003, quizá en el último encuentro sin apuros -sin necesidad de volver a algún lado-, y cuando ya no compartíamos curso, uno de mis amigos tiró: -¿sabés de qué murió Dolly [oveja clonada en 1996 y, para ese momento, recientemente fallecida]? Y ante el silencio agregó: -de vieja.
Lo que dijo mi amigo es discutible. El tipo de ovejas del que Dolly formaba parte tiene, como expectativa de vida, 12 años. Dolly murió con sólo 6 años, por una enfermedad progresiva pulmonar causada por un retrovirus, cuyo avance, según algunos científicos, se vio favorecido por el hecho de que haya sido un animal clonado. Otros, en cambio, destacan que no hay evidencia de esto último.
Más allá de esto, lo cierto es que Dolly tuvo origen en una célula que nació con adn viejo, todito igual al de su madre. No hubo fecundación, esto es, no hubo espermatozoide entrando en ovocito para crear, con base en su información y la del receptor, una célula fresca con adn nuevo.
Esas células frescas que teníamos cuando tomábamos ese vino barato y que hoy lucen otros.
Hace poco subí al tren, y había un grupo de adolescentes que, ya sin clases, iban a alguna quinta.
Hablaron –gritaron- con igual seriedad, de las vedettes de moda, de dios –y de su ausencia-, de la píldora de los cinco días después, del big bang, de Clarín y el gobierno, de Banfield. Uno dijo que los seres humanos del futuro no tendrían dedo meñique y otro acotó que habría que adaptar la canción infantil que termina cuando se zamarrea el dedo pulgar al grito de “este pícaro gordito se lo comió”. Otro sugirió, y me pareció acertado, quitar la parte que dice “este le puso sal”, con ello se llegaría a buen final y, paralelamente, se estarían evitando hipertensos. Me tuve que bajar, llegué a escuchar que comenzaban a hablar de las tetas de las compañeritas.
Me hicieron extrañar.
Extraño las preguntas que, mirando el cielo, nos hacíamos. Preguntas genuinas y torpes, sobre el cosmos, sobre el tiempo, sobre la evolución, sobre un eventual inicio.
Extraño la sensación, fomentada por algún vino barato, de estar a un segundo de comprender algo, algo trascendente. Justo en esos momentos, la conversación derivaba hacia otros temas, en general las tetas de alguna compañerita de curso.
Para finales del verano de 2003, quizá en el último encuentro sin apuros -sin necesidad de volver a algún lado-, y cuando ya no compartíamos curso, uno de mis amigos tiró: -¿sabés de qué murió Dolly [oveja clonada en 1996 y, para ese momento, recientemente fallecida]? Y ante el silencio agregó: -de vieja.
Lo que dijo mi amigo es discutible. El tipo de ovejas del que Dolly formaba parte tiene, como expectativa de vida, 12 años. Dolly murió con sólo 6 años, por una enfermedad progresiva pulmonar causada por un retrovirus, cuyo avance, según algunos científicos, se vio favorecido por el hecho de que haya sido un animal clonado. Otros, en cambio, destacan que no hay evidencia de esto último.
Más allá de esto, lo cierto es que Dolly tuvo origen en una célula que nació con adn viejo, todito igual al de su madre. No hubo fecundación, esto es, no hubo espermatozoide entrando en ovocito para crear, con base en su información y la del receptor, una célula fresca con adn nuevo.
Esas células frescas que teníamos cuando tomábamos ese vino barato y que hoy lucen otros.
Hace poco subí al tren, y había un grupo de adolescentes que, ya sin clases, iban a alguna quinta.
Hablaron –gritaron- con igual seriedad, de las vedettes de moda, de dios –y de su ausencia-, de la píldora de los cinco días después, del big bang, de Clarín y el gobierno, de Banfield. Uno dijo que los seres humanos del futuro no tendrían dedo meñique y otro acotó que habría que adaptar la canción infantil que termina cuando se zamarrea el dedo pulgar al grito de “este pícaro gordito se lo comió”. Otro sugirió, y me pareció acertado, quitar la parte que dice “este le puso sal”, con ello se llegaría a buen final y, paralelamente, se estarían evitando hipertensos. Me tuve que bajar, llegué a escuchar que comenzaban a hablar de las tetas de las compañeritas.
Me hicieron extrañar.