jueves, 3 de mayo de 2012

La agenda

Ambos toman el mismo tren, y habitualmente coinciden en el de regreso a casa. Pero a la mañana, indefectiblemente, viajan separados. El parte más temprano, siempre apurado. Ella viaja un rato más tarde, después de dejar al hijo de ambos en la escuela, tras haber perdido energías en la primer batalla diaria: lidiar para que el chico termine su leche.

Son una pareja eficiente en la organización hogareña, donde la rutina ya hizo su mella, aunque no impide buenos momentos.

Hoy, ella recibió un mensaje de texto: él preguntaba si no dejó la agenda en casa. Ella buscó, no encontró, y se lo hizo saber, también por mensaje. Entonces, él la llamó. Llamado en vano, que solo sirvió para que descargara un poco la genuina preocupación que tenía. En esa agenda había datos importantes.

Ella subió al tren angustiada por transitividad. Este tren ya no viene tan lleno, siempre se puede subir y, a veces, hasta hay asientos. Hoy fue un día de esos. En un primer golpe de suerte, el asiento libre. En un segundo golpe (de suerte y de vista), apareció la agenda, tirada en el piso, con su BEN 10 calcomaníaco en la tapa, pegado por el hijo de ambos.

La levantó, la abrió y confirmó que era la suya. ¿Alguien habría llamado al número de contacto de la primer página, o hubiera seguido tirada hasta hacerse trozos de papel sueltos, sucios e inservibles? Quién sabe.

Ella intentó avisarle del hallazgo (pero él estaría en reunión y no atendió; quedó un mensaje aliviador en la casilla).

Alguna estación más allá, ella abrió la agenda. No lo hizo en una deliberada actitud de espía; fue un acto reflejo que le permitió ver el turno del dentista que ayer mencionó, al avisar que llegaría tarde. Eso la tranquilizó.

Se envalentonó y fue a NOTAS, un espacio multipropósito, al final de la agenda, que tiene varias hojas con renglones. Vio un título “Mis dos amores”, y se enterneció. No le importaba que resultara algo cursi, y con los ojos llorosos fijó la vista en el papel:

“Uno llegó demasiado temprano … [empezaba el texto] … cuando la adolescencia invita a seguir probando. El otro, demasiado tarde, cuando la vida ya te cobra un costo muy alto por liberarte de tu mujer e hijo …”.