martes, 20 de septiembre de 2011

Asistencia (im)perfecta

Damián caminaba temprano, con tiempo, disfrutando el trayecto al colegio, donde le enseñaron que Sarmiento no faltó nunca. Quizá la asistencia perfecta del otrora presidente sea una licencia histórica. Quizá haya Sarmientos que tienen jornadas en que no llegan a destino.

En esa caminata de Damián, la luz del día ya era un proyecto que comenzaba a cobrar fuerzas y, con ello, el tintineo rojo de la luz de la señal contigua a la barrera a media asta, ya no resaltaba tanto.

Los hornos de las panaderías inundaban con su olor la caminata.

No llovía, pero las veredas estaban mojadas por la temprana pulcritud de los porteros.

Una masa verde se adivinó por el rabillo del ojo de Dami, ese cuerpo motorizado -con cuerpos arriba- pasó veloz, y se entrometió en el ángulo de 45 grados, formado por calle y barrera.

Pero en el dibujo de esta historia había tres dimensiones. Y desde la profundidad brotaron dos trenes, que interrumpieron sus rectas al impactarlo.

El estruendo fue total, un solo ruido.

Pero luego, inmediatamente después, se hizo un silencio absoluto, Dami quedó aturdido, pero notó ese silencio, un instante en el que el mundo se detuvo.

Poco después, ya no queda rastro del olor a pan, ni del silencio. Comenzaron los sonidos caóticos de todo accidente: gritos, llantos, sirenas, sierras, helicópteros, voces turbias de periodistas, políticos, abogados, testigos -genuinos y falsos-, familiares, etc.