Para desandar los 300km que separan Buenos Aires de Rosario, opté por el tren, aprovechando que existe esa alternativa. Después de muchos años de abstinencia, me entusiasmaba subir a un tren de larga distancia (bueno, no taaan larga; pero en ciertas circunstancias trato de ser generoso con la longitud que asigno).
Descarté el servicio de una de las dos empresas que van a esa Ciudad porque escuché que era "horrible" y compré boletos para el de la otra, que solo me lo habían referenciado con el término "zafa", en simultáneo con una cara de asco moderado –como la de quien caminando por la calle evita pisar caca de perro y conjuga la repulsión por el desecho animal con la satisfacción de no haberlo adquirido de suela—.
El plan parecía perfecto, el tren salía de Retiro el viernes a las 20:35 y llegaba, tras seis horas y media, el sábado a las 03:05 (mi primo me esperaría en la terminal para pasar por algún boliche antes de dormir). La vuelta llevaría un poco más, casi 8 horas, pero el cansancio del fin de semana me permitiría dormirla íntegra. Para regresar, el tren parte de Rosario Norte el domingo a las 23:51 y llega a Retiro a las 07:33 del lunes, justito para pasar por casa, ducharse e ir al trabajo.
Ya en el tren, me puse a leer un artículo sobre una locomotora, llamada “La emperatriz”, que lleva el Nº 191 y que arrastró, entre tantos otros coches, varios que transportaron a presidentes argentinos. Esa locomotora, supo contar con el recordado maquinista Savio a su mando y, aun hoy, restauración mediante, sigue tirando vagones en las maltratadas vías argentinas.
En un momento el relato se remonta a 1926, fecha en la que tuvo lugar, por primera vez, el cruce del Océano Atlántico en hidroavión. En la cobertura de esa noticia competía el diario de los Mitre con otro de Rosario, llamado La Capital. A los de La Nación, entonces, les dio por tramar un plan para llegar con sus ejemplares a primera hora a la Chicago argentina, y fletaron un tren de madrugada.
Pero cuando un desperfecto técnico en la locomotora de esa formación diariera le impedía partir, y ya habían ocurrido dos postergaciones que parecían relegar al periódico de la Ciudad de Buenos Aire, apareció en Retiro La Emperatriz, al mando del maquinista Savio. Aunque tenían previsto otro viaje, se los envió a Rosario, como última esperanza para la proeza. Había que estar a las 7 de la mañana.
No pararon en las estaciones intermedias, limitándose a bajar la velocidad y arrojar los fajos de diarios desde los furgones. Así, pudieron llegar a tiempo, pese a haber partido a las 3:39 AM (tiempo total: 3 hs y 21 minutos, poquito más de la mitad de lo que insume el viaje hoy, 85 años después). Fue récord sudamericano de velocidad, hasta el día de hoy no fue batido.
Terminé el relato, se sentía al tren avanzar despacio, como un chico que está aprendiendo a caminar, inestable, apoyando inseguro. Me puse a llorar.
Cuenta la leyenda que en los sesenta, el mismo día que murió Savio, la caldera de la 191 colapsó y dejó de funcionar, hasta su reciente recuperación.