De chica, su padre había sido claro. “Dios no existe”, le dijo. “Cuando te morís, no vas a ningún lado, dejas de ser, así de simple”.
Esas palabras, además de inapelables, fueron efectivas para su padre (es decir, frustraron nuevas preguntas y, a la larga, todo diálogo). Para ella fueron inapelables también, pero insatisfactorias… quería algo más. No todos los días muere una madre.
En esta mañana fría, gris, de llovizna deshumanizante, esas mismas palabras resonaban en su cabeza, como le ocurre cada tanto. Ya no busca respuestas, aunque sí conserva la ilusión de encontrar un cuerpo que la abrace.
Del eco de esas palabras la sacó el barullo que había en la barrera. El tren se aproximaba y, en las vías, estaba un perro callejero que se disponía a torearlo, corriéndole al lado y ladrando, como habría hecho tantas veces con autos, caballos, quien sabe otros trenes.
Esta vez, quizá por la pátina de agua, el perro no salió indemne y quedó debajo del tren. Entre los sonidos del otro lado de la vía llegó una risa leve; ella miró asombrada y le pareció que se trataba de su padre, mucho más viejo claro, pero su padre.
Al fin cruzó las vías esquivando los desechos del animal y a quienes venían desde enfrente.
Esas palabras, además de inapelables, fueron efectivas para su padre (es decir, frustraron nuevas preguntas y, a la larga, todo diálogo). Para ella fueron inapelables también, pero insatisfactorias… quería algo más. No todos los días muere una madre.
En esta mañana fría, gris, de llovizna deshumanizante, esas mismas palabras resonaban en su cabeza, como le ocurre cada tanto. Ya no busca respuestas, aunque sí conserva la ilusión de encontrar un cuerpo que la abrace.
Del eco de esas palabras la sacó el barullo que había en la barrera. El tren se aproximaba y, en las vías, estaba un perro callejero que se disponía a torearlo, corriéndole al lado y ladrando, como habría hecho tantas veces con autos, caballos, quien sabe otros trenes.
Esta vez, quizá por la pátina de agua, el perro no salió indemne y quedó debajo del tren. Entre los sonidos del otro lado de la vía llegó una risa leve; ella miró asombrada y le pareció que se trataba de su padre, mucho más viejo claro, pero su padre.
Al fin cruzó las vías esquivando los desechos del animal y a quienes venían desde enfrente.
Raro SAL, no deja de sorprender. lo bueno es que leía sin saber adonde llegaría. una pregunta: ¿si Dios no existe, quién mueve las nubes?. Qué bueno que volvieron las crónicas ferroviarias.
ResponderEliminarun instante intenso. un relato intenso. muy bueno, sal.
ResponderEliminarperfecto para leerlo "En esta mañana fría, gris, de llovizna deshumanizante".
ResponderEliminarCrudo y jugoso.
Saludos.
Qué crudeza! Y no hago juicio de valor alguno, porque pienso exactamente eso de la muerte, como lo más natural de la vida.
ResponderEliminarNo se si podría hablar así a mis hijas.
uoooouuuu... es de dimensión desconocida....
ResponderEliminar¿quién dice heee? tal vez veamos al que menos queremos ver...
grax por pasar Sal
nanoNano
Que bueno SAL, vuelvo y me encuentro con este relato. Conmovedor, duro, inteso. Cuando el dolor es inmenso no hay palabras suficientes.
ResponderEliminarUn abrazo, Vir
qué padre choto! de última decile que no sabés.
ResponderEliminarPobre el perro. espero que no hayas maltratado a ningún animal para urdir este trágico relato.
Abrazo
Gracias a todos por pasar, tranquilos que no hubo sacrificio de ningún animal...
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