Casi indefectiblemente, cada tren de pasajeros que parte cuenta con un fulano que fue el último en abordarlo. Sólo cabe imaginar, como excepción, un tren trasnochado, en un día sin ajetreos, que por carencia total de pasajeros, carezca también del último.
En los demás casos, es probable que el último pasajero haya corrido para llegar, que haya saltado al tren próximo a partir y, lógicamente, que haya tenido riesgo de fracasar en ese intento de abordaje.
Quien salta con ansias de ser el último de este tren y no el primero del próximo, corre el riesgo de un golpe, caída, y final de hierro sobre carne.
Pero no todos caen. En rigor, ello casi no ocurre: la gran mayoría logra abordar el tren y, algunos otros, en el peor de los casos, sólo chocan su nariz contra el vidrio sucio de las puertas también sucias, sufriendo la resignación que acarrea la espera, amén de una fugaz vergüenza.
No podemos saber qué factores (reunidos en algo que llamamos azar) deciden entre la destreza y el fracaso. Sí sabemos de un caso en el que esos factores se conjugaron por partes iguales y hubo un último pasajero medio cuerpo adentro y medio cuerpo afuera.
Saltó, como quizá ya había saltado alguna vez. Seguramente, algún instante después del último eco que el andén devolvió al silbato del guarda; en el mismo instante en el que las puertas iniciaban el camino que normalmente culmina con el encuentro de la homóloga. Pero un par de ellas no llegaron a destino, entremedio, atrapado, medio cuerpo adentro y medio afuera, lo impedía un último pasajero.
El tren inició su marcha, no hubo guarda que viera el incidente para detener la formación. Tampoco hubo freno en los momentos siguientes pues se ve que, aún escuchado el griterío, no se advirtió su causa con la premura que el último pasajero hubiera deseado.
Poco más vieron quienes, ante tamaño espectáculo, prefirieron cerrar sus ojos. De todos modos se oyó rezar a señoras compungidas, se oyeron súplicas, se oyó un vagón de lamentos, se oyó el sonido de pies correr con destino incierto, se oyó a lo lejos la voz de un vendedor ambulante que -no anoticiado aún del evento- ofrecía una verdadera ganga, se oyeron insultos, se oyó un trueno que poco tenía que ver con el asunto, se oyó un "auch", se oyó al fin el impacto de media persona con un poste, se oyó al fin el fin.
Conozco una historia igual, solo que tuvo final feliz.
ResponderEliminarNo sabia que te gustaban tanto los trenes, uno nunca deja de sorprenderse.